Entre la filmación doméstica y el metraje encontrado.
abril 13, 2020La minga hacia adentro: La resistencia de las comunidades indígenas frente al COVID19
abril 20, 2020Casi mil años después, cuando la urbe arrolladora amenazaba desplazar a los campesinos de sus parcelas unos dos mil ancestros se levantaron de su morada para proteger a Usmeka: ciudadela ancestral, hoy territorio en construcción de pensamiento, allí donde la princesa Usminia ofrendó su inmaculada belleza a las aguas del Sumapaz para inmortalizar a su pueblo…
Primera parte. Usme, la siembra
Usme significa mis raíces… lugar de añoranzas y paisajes bonitos… la tierra que nos pertenece y en la que no necesitamos visa para entrar y trabajarla, aunque no sea nuestra en papeles…[1]
La mañana es fría, la espesa niebla congela el rostro de los niños mientras caminan a las escuelas rurales o urbanas del pueblo. Los pequeños y adultos que los acompañan llevan puestas ruanas, gorros y bufandas de lana de oveja, tejidas por mujeres campesinas. En sus mochilas de fique o de lana llevan los útiles escolares y el avío: jugos o yogures caseros, tortas, arepas o mantecadas de quinua, maíz y queso, alimentos autóctonos del pueblo que entre sus símbolos o elementos identitarios y patrimoniales predominan la agricultura, la gastronomía, la mitología y el tejido.
Juan David, de siete años, es uno de los niños que recorre el camino de la vereda La Requilina al centro urbano de Usme para ir a estudiar, un kilómetro aproximado. Otros menores, caminan con sus padres hasta el doble de distancia para llegar al colegio. Después del mediodía los niños y niñas regresan a sus casas, almuerzan, hacen tareas, ayudan en las labores de cocina o el trabajo agrario. En la noche escuchan los relatos orales del campo.
Lo anterior es parte de la cotidianidad de las familias campesinas de Usme, un tradicional pueblo del altiplano cundiboyacense que refleja la vivencia, la historia y la identidad campesina andina, contenida, en gran parte, en la oralidad y las mitologías heredada de los ancestros muiscas, una memoria y un patrimonio que hoy las comunidades rurales contemporáneas salvaguardan.
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La mañana del 10 de marzo de 2007 fue intempestiva; el clima cambiaba de improviso, a la fría llovizna con neblina densa le sucedía una ardiente resolana. Ese día Doris Tautiva, heredera de una familia forjadora y testigo de la historia rural usmeña, estaba en la terraza de su casa, situada a una cuadra del hospital de Usme. Desde allí presenció un hecho que le causó suspicacia: en la hacienda El Carmen, La Requilina, que limita con el pueblo, dos retroexcavadoras levantaban fragmentos de piedra y otros elementos inidentificables por la distancia (más de un kilómetro).
A la par aparecieron varios gavilanes, en la vereda, atrapando y engullendo -voraces- serpientes cazadoras, lagartijas, pollos, pájaros y hasta un cabrito recién nacido se embucharon; ante aquel hecho las aves pequeñas como atrapamoscas, sirirís, copetones y tangaras multicolor, corrían aterradas a refugiarse bajo el ramaje de los árboles nativos del lugar: sangregados, alcaparros, sauces, salvias, pauches (arbolocos) y tyhyquis (borracheros), entre otros.
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Corría el mes de marzo de 2017 cuando en una de mis labores académicas empecé a documentar esta historia, que de entrada consideré fascinante, pero apenas entreveía el arduo y largo proceso de lucha y resistencia que han tenido que librar los campesinos para poder permanecer en ese territorio prodigioso, que los ha hecho un sólido movimiento agrario. Desde entonces, y con su consentimiento, he compartido sus bregas, alegrías, sus sueños y esperanzas; he aprendido de su humildad y su coraje de roble, de sus formas de preservar la memoria y el patrimonio cultural y ambiental, símbolo clave de su campesinidad que defienden con esmero.
Un día de aquel mes de marzo el menor Juan David regresó del colegio y mientras ayudaba a su abuela Ricarcinda Tautiva en actividades de la parcela como plantulación, siembra, regadío de la huerta y preparación de abonos y nutrientes orgánicos se sintió agotado y no trabajó más. Atribuyó el cansancio a las pesadas herramientas de trabajo. Al día siguiente, el niño le pidió a la abuela una pica y un azadón livianos, y una ruanita chiquita, para así ayudar en la finca.
La abuela viendo el ánimo del niño, y considerando justa su exigencia, le hizo la ruana pequeña y le compró herramientas adecuadas a su edad. Desde entonces, Juan David emprende con sus abuelos jornadas de trabajo productivas y divertidas, mientras oye las historias guardadas en la memoria de los mayores, quienes a su vez las oyeron de sus ancestros y las trasmiten, hoy, a sus hijos y nietos. Una de tantas historias es la aparición nocturna del carruaje dorado jalado por dos venados, que en asombroso espectáculo de luces recorre las orillas del río Tunjuelo y se diluye cerca al páramo Sumapaz, hasta donde se mira el fulgor mágico de los ciervos ancestrales.
La legendaria visión no se había visto más desde cuando murió, en 2003, la matrona campesina Rosa María Salazar (abuela de Doris Tautiva), quien había avistado, en repetidas veces, el vuelo de los venados, convocando al pueblo a observar el luminoso carruaje nocturno, convirtiéndose ella en guardiana del mítico relato. Ese mismo año, la Administración Distrital proyectó, a través del Plan de Ordenamiento Territorial ampliar la urbanización a las veredas de Usme cercanas a la ciudad: La Requilina, Los Soches, Chiguaza y El Uval, principalmente. Pero la asombrosa aparición de los ciervos resurgió a comienzos de marzo de 2007, y se interpretó como presagio de un hecho sorprendente que había de cambiar la vida y la historia del pueblo, así sucedería.
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La sospecha de la señora Doris creció ese día cuando los operarios de las máquinas excavadoras, sin darse cuenta que les estaban viendo, separaban cosas y las escondían en varios puntos de la hacienda El Carmen. Removían la tierra y hacían trazados para urbanizar el terreno de treinta (30) hectáreas, que luego sería la primera Área Arqueológica Protegida del Distrito, y que hoy está a punto de convertirse en un Parque Arqueológico, gran Bohío que proteja la memoria y el patrimonio milenario de un pueblo; una propuesta que las comunidades, agrupadas en la Mesa de Patrimonio Usmeka, han venido construyendo desde 2007, proyectándolo como el epicentro de la riqueza cultural y arqueológica de Bogotá y un Centro de interpretación del territorio.
Para entonces, se oían en Usme variados relatos mitológicos. Se decía por ejemplo que aparecían y desaparecían, rápidamente, luces y bolas de fuego en las riberas de las quebradas que rodeaban la vereda: Fucha, Aguadulce y La Requilina, y sobre las orillas del río Tunjuelo provisto por estas cuencas. Se hablaba de visiones como bueyes y cabros de oro, asombrosos hallazgos, fosas comunes y desenterramientos de tesoros ocultos allí por miles de años.
Otro relato refería la aparición de la serpiente dorada, un inmenso réptil con alas de dragón que surcaba el cielo gris de Bakatá en tardes de lluvia, envuelta en nubes como los feldespatos. Hasta entonces, muy pocos habían visto al ofidio atravesar el firmamento para pedirle un deseo, como era costumbre. En marzo de 2007, un obrero vio al réptil volador y pidió ganarse la lotería, pues él había bregado mucho en la vida sin lograr nada en términos de mejoras o propiedades. Ahora, cual Siervo sin Tierra si se le hacía el milagrito compraría la tierrita anhelada. Con 50 años, este campesino estampa la vida del labriego rural; años jornaleando, mientras ‘sus’ patrones amasan riqueza a costa de su trabajo, él y muchos obreros se sumen en la pobreza, sin poseer el terruño prometido, y sin vivir en condiciones dignas, lo que toda persona anhelaría al abrigo del campo.
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Juan David ahora tiene y cuida su huerta de hortalizas, flores y aromáticas, apoyado por la abuela Ricarcinda, quien con su familia han cultivado la tierra toda su vida. Muy joven, ella se casó con Excelino Salazar; llevan treinta y tres años laborando la finca La Esmeralda, una sucesión familiar de una fanegada que garantiza el sustento del hogar, gracias a la actividad agraria.
Desde el año 2007 la familia Salazar -Tautiva se vinculó a un proceso innovador de agroecología y asociación comunitaria, junto a otras seis familias de La Requilina, con propósito de fortalecer y reafianzar su cultura y sus tradiciones agrarias para producir alimentos sanos y nutritivos. En 2015, constituyeron la Fundación Ruta Agroturística La Requilina, un proyecto de agricultura familiar y turismo comunitario. Esta y otras iniciativas similares han hecho resurgir los sueños y expectativas de la comunidad que, en 2007, con la expansión urbana de Bogotá al borde rural de Usme, se veía amenazada a ser expulsada de su territorio y despojada de su cultura agraria.
En términos asociativos de movimiento agrario, Usme por estar muy ligado, geográfica, cultural y poblacionalmente al páramo y a la región Sumapaz es un referente contemporáneo e histórico de los más sólidos del país en las reivindicaciones históricas del campesinado colombiano. Sus Juntas de Acción Comunal, diversas asociaciones agrarias, el cooperativismo y los acueductos veredales, entre otros, han jugado un rol importante en la preservación del acervo tradicional, el patrimonio, la memoria y la cultura campesina. Desde entonces y hasta hoy han surgido diversas asociaciones y redes como la Fundación Ruta Agroturística, la Mesa de Patrimonio Usmeka, el Colectivo Ambiental Conciencia Limpia y la Finca Agroecológica Buenavista, que han surgido con el propósito de promover y defender el territorio y la causa campesina, el patrimonio y la cultura rural, aspectos claves en la permanencia y resistencia campesina frente a la modernidad agraria, las amenazas y desplazamientos padecidos por fenómenos como el conflicto armado, la violencia y el menoscabo en las políticas públicas de desarrollo rural.
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A las diez de la mañana, del 10 de marzo de 2007, corría una brisa suave. El sol apenas se veía, cual bola de fuego llameante brotar de las fecundas montañas citadinas, convirtiéndose luego en una resolana insoportable; el calor alcanzaba hasta 20º C, algo inusual en el clima de la zona que comúnmente no pasa de trece grados. Así lo recuerda Doris Tautiva, quien a esa hora se dirigía al centro del pueblo para informar a la Personería local, lo que ocurría en la hacienda El Carmen, y que dio merito a una investigación antropológica de extraordinarias dimensiones.
El caso fue conocido por el entonces Personero de Usme, Juan Carlos Ocampo (hoy fallecido), quien actuó con celeridad gracias al testimonio de la señora Tautiva y de otros dos líderes del pueblo, quienes ante todo se proponían frenar la urbanización hacia las tierras de sus afectos. La verificación de los hechos favorecería su propósito y el de los campesinos, quienes hasta hoy se oponen a la expansión de la ciudad hacía sus territorios.
Al mediodía el calor infernal hacía sudar y maldecir a los campesinos, quienes, trabajando en la labranza, veían -fascinados- una bandada de aves cruzar el cielo resplandeciente del sur oriente capitalino; un grupos de venados y animales silvestres corrían velozmente a refugiarse al bosque del piedemonte de los Cerros Orientales, donde se sitúan las veredas Los Soches, La Requilina, El Uval, Corinto y Chiguaza sobre las cuales, por su cercanía a la ciudad, se proyectaba ampliar la urbanización. A las tres de la tarde se vino una lluvia torrencial que, rápidamente, desbordó el cauce de las quebradas y del río Tunjuelo -que para los muiscas era el santuario o Valle Fértil de sus ancestros-, arrastrando, con su corriente, corotos, hojarasca, troncos y algunos animales.
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En la cuenca alta y media del Tunjuelo, donde dejaron su impronta eterna los ancestros muiscas, se levanta fértil e imponente el Valle de Usme, que hoy habitan los actuales campesinos, actores de esta historia. Pero desde cuando los ancestros indígenas fueron expulsados del territorio, que ocupaban colectivamente, por los españoles en la época de la conquista, hasta hoy han pasado una serie de acontecimientos y tensiones históricas que han llevado a su configuración político administrativa del actual territorio; pasando de ser una ciudadela ancestral, aldea colonial, a ser municipio en 1911, luego hizo parte de la jurisdicción administrativa de Bogotá, hasta que en el año 1992 se convirtió en una de las 20 localidades de la ciudad (Acuerdo 2/92) con manejo administrativo propio en cabeza de la Alcaldía y de la Junta Administradora Local.
La Localidad está conformada por catorce veredas y ciento cincuenta barrios aproximadamente, tiene una extensión de 21.556 hectáreas; 18.307 son rurales (85% del total del territorio) y 3.024 urbanas, más 930 hectáreas de expansión, según el proyecto: Ciudad Futuro. Su ubicación geográfica en la vertiente oriental de la cordillera Andina le convierten en un potencial ambiental para la ciudad, pues corresponde a los ecosistemas de páramo, subpáramo y bosque altoandino, y es parte de los Cerros Orientales, pulmón verde que provee a la ciudad y al altiplano servicios ecosistémicos de abastecimiento de agua, aire puro, regulación del clima, y un paisaje atractivo por su invaluable relieve y vegetación tupida, fauna diversa y la relación cultural con el bosque. Este hábitat está protegido bajo figura: Reserva Forestal Protectora Bosque Oriental de Bogotá, una gran cadena montañosa de unas trece mil hectáreas que alberga gran diversidad biológica y recursos naturales renovables a proteger, según la Corporación Autónoma de Cundinamarca.
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Cuando cayeron los primeros granizos, esa tarde, se esfumaron algunos tigrillos, nutrias y lapas a protegerse al bosque cercano. Un enjambre de abejas pasó fugaz haciendo un ruido estrepitoso. Los conejos, roedores pequeños, serpientes y lagartijas huyeron en desbandada de los potreros y pastizales donde, hasta antes de la lluvia, se ocultaban y protegían de la vista humana. Mientras los gatos, gallinas, gansos y patos corrían aturdidos y se perdían entre la lluvia torrencial.
Los animales amarrados como marranos, ovejas, cabros, bestias y reses reventaron los lazos y corrían aterrados a velocidad insólita. Los perros aullaban terroríficamente, y los niños salieron a maldecirlos y amenazarlos con fuetes, alpargatas y palos para callarlos.
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La zona rural de Usme es hoy por hoy la despensa agrícola productiva más grande del país, pues abastece a la ciudad con un gran porcentaje de comida, comparada con otras localidades rurales o municipios cercanos, según la administración local. Allí los campesinos producen muchas de las hortalizas que llegan a las cocinas de la capital colombiana: espinaca, lechuga, cilantro, ají, pepino, apio, acelga y cebolla; cereales nutritivos como la quinua, amaranto y maíz, o tubérculos como arracacha, papa, hibias, cubios y yacón para llenar la panza de los bogotanos.
Muchos de los jugos que tomamos a diario provienen de los frutales de Usme, donde se cultivan de forma orgánica tomate de árbol, uchuva, lulo, mora, curuba, cereza, durazno, breva y feijoa. De sus huertas, las mujeres campesinas nos proveen plantas aromáticas como cidrón, caléndula, hierbabuena, romero, manzanilla, ruda y toronjil, plantas cultivadas con amor que garantizan la agrodiversidad y la producción de comida sana y nutritiva.
De la actividad pecuaria se surte a los hogares citadinos carne, leche y derivados lácteos como yogur, cuajadas, mantequilla, y rica carne y huevos de gallinas criollas. Otras familias procesan alimentos como tortas, arepas y masato de quinua y maíz para el deleite en las onces familiares, u otros productos estéticos como jabones y pomadas curativas a base de plantas medicinales como tabaco, cannabis y caléndula. Del tejido en lana o fibras como el fique producen mochilas, ruanas, bufandas y gorros, prendas tradicionales que atraen el turismo comunitario a la zona. El hilado y el tejido manual es pilar en la vida y cultura agraria de Usme, heredados de los ancestros muiscas lo que, a ellos, les facilitó el intercambio de productos y consolidar relaciones sociales con otros pueblos productores de algodón (Exposición: El retorno de los ancestros).[2]
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Cuando cesó la lluvia, alrededor de las cinco de la tarde, los campesinos y los comerciantes del pueblo pensaron que algún suceso inusual ocurriría pronto. Pero un huracán de gran intensidad, que duró media hora aproximada, no les dio tiempo para madurar sus reflexiones. Como si fuera agosto (cuando el hombre no había alterado aun, tan abruptamente, las condiciones y periodos climáticos usuales), las fuertes corrientes de aire conocidas como vientos Alisios del suroeste, se precipitaron a velocidad indescriptible ocasionando un ruido estridente y pánico en la gente.
Esa tarde se vivió un suceso inolvidable que causó una sensación mágica y aterradora. Primero, el viento envolvió las partes bajas del pueblo. Luego subió las cuencas hasta los cerros, haciendo agitar a los animales que inquietos huían o emitían sonidos espeluznantes: graznidos, bramidos, aullidos, maullidos, rebuznos, cacareos y otras voces según cuál animal se tratara.
Pero quienes más se estremecían eran los humanos; rezaban y se sumían en un silencio inusitado, al cual le seguía el ruido furioso del aire que hacía crujir las viviendas, estropeaba cultivos y arrastraba cuanto elemento suelto hallase. La gente tiritaba, sufría y se quejaba del excesivo helaje que les calaba los huesos y causaba arduo dolor, a pesar de tener la ruana puesta y de que en las cocinas el fuego permanecía encendido al vaivén de llamas y crepitaciones implacables.
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Hoy por hoy las niñas y niños de Usme como Juan David son testigos de la memoria y la realidad que viven las comunidades rurales, pues: “les inculcamos los valores campesinos y la cultura agraria; ellos crecen con una conciencia clara de lo que es y significa el campo y el contexto en el que estamos inmersos, pese a que las instituciones educativas infunden en los niños patrones de competencia laboral, y otros valores e ideas contrarias a la realidad del campo”, señala Carlos Hernández, campesino y comunicador de La Requilina.
Agrega, Hernández que en la escuela se crean imaginarios despectivos a través de la moda, el uso y consumo tecnológico con la televisión e internet: “que le refuerzan al niño la idea de que la ciudad ofrece mejores oportunidades que el campo. Sin embargo, las niñas y niños que crecen en este proceso de reivindicación y florecimiento rural, “saben que el campo garantiza una vida digna y las posibilidades de sentir, realmente, la paz que la ciudad nos niega”, concluye Carlos.
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Con la velocidad del aire, algunas plantas como sauces, arbolocos y chusques se mecían en una danza excepcional; sus ramas se balanceaban fuerte y cadenciosamente emitiendo una sonoridad melódica y rigurosa que, con la creciente de las quebradas y el río, evocaba el furor y la magia de las olas o tormentas oceánicas.
Al oscurecer, el viento se calmó súbitamente, cuando una familia campesina de raíces indígenas invocó su energía ancestral y bendijo la ventisca que limpiaba las malas energías del entorno. Como extraído de la mitología védica y su invocación a Indra (dios de la tormenta) o de otros ritos de pueblos nativos como los Inca que calmaban el furor de las tempestades inmolando sus princesas los campesinos exaltaban el poder destructivo y benéfico del aire, que en su grandeza equilibradora causa la muerte súbita o reproduce la vida en todas sus manifestaciones.
Segunda parte. El retorno de los ancestros
Usme es infancia, alegría, cerezas, trigales mecidos por el viento, calorcito de estufa de leña… aromas de amor, ají… romaza, llorones y mortiños, y otros nombres extraños, hoy, para muchos…[3]
Ese día, la princesa Usminia habló con su padre Saguanmachica a orillas del arroyo Fucha (que en la lengua Muysccubun, significa Fura: mujer), mientras su padre le acariciaba el rostro y su impecable cabellera azabache, la guaricha le reiteró su pedido: establecer el ritual de iniciación o luna femenina, que consistía en honrar y ofrendar la menstruación de las mujeres del reino.
‘No son tiempos fáciles para la Federación Muisca, hay invasiones de varios pueblos vecinos, que debemos repeler para que no se fragüen, hay guerra al norte y al sur de Bakatá, y ese será el tema prioritario en la Asamblea’, le dijo Saguanmachica a su hija amada. Además, le recordó que MacheKé: su madre, la gran princesa, había hecho el mismo pedido al gran Consejo de Chyquys, y no se lo habían concedido. Pero, por el inmenso amor que le profesaba, como padre, prometió llevar de nuevo, el tema a discusión en la Asamblea.
Saguanmachica era cacique de Useme (nido de amor), reino y territorio de la Federación Muisca de Bakatá (estructura político administrativa que tenía un reinado central al cual convergían y tributaban varios pueblos y reinos, que también tenían sus propios cacicazgos). Useme, era el lugar “donde el viento quema”, pues allí se encontraban en remolinos las corrientes de aire que venían del Sumapaz y los llanos orientales, acontecimiento natural que los antepasados muiscas interpretaban como la fusión entre cálido y frío, complemento tropical para reactivar las energías y regular el clima de aquel valle fértil. El cacique fue un hombre justo y visionario que predijo el declive y posterior resurgimiento de la cultura muisca, tras seis centurias de olvido.
Saguanmachica llevó al reino al apogeo financiero, político, militar e intelectual, fue el auge de la agricultura, la orfebrería y la textilería, aprovechando fibras y tintas naturales para decorar prendas. Florecieron el arte rupestre y la artesanía con semillas o dientes de animales. Instauró, allí un punto de intercambio con otros pueblos, y un centro ritual de culto y de comunicación telepática con las deidades creadoras como Bachue, Chiminagagua, Bochica y Cuchavira.
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Dos días después de la mítica borrasca, el 12 de marzo de 2007 al despuntar la cálida mañana Doris Tautiva; Jairo Camacho, comerciante del pueblo; y Jaime Beltrán, destacado líder agrario; harían que la historia y la cotidianidad usmeña dieran un punto de giro inimaginable, hasta ese entonces. Siguiendo los relatos de tesoros ocultos y leyendas mitológicas ancladas a la memoria colectiva pusieron en evidencia lo inocultable: el Hallazgo Arqueológico de la hacienda El Carmen, un patrimonio cultural considerado, hoy, de los más importantes del mundo.
Cada uno de ellos cuenta su propia versión de los hechos, pero los tres testimonios tejen una gran memoria ancestral del pueblo, y en parte de la ciudad. Si bien Usme es portador de mágicas leyendas en su devenir histórico, en los días previos al descubrimiento del Hallazgo afloraron fabulosos relatos, que, asociados a los eventos naturales ocurridos dos días antes, se convirtieron en el hecho más trascendental del pueblo. Ante la evidencia presentada por los campesinos ante la prensa y las entidades encargadas del manejo y protección del patrimonio como el Instituto Colombiano de Antropología e Historia, ICANH, la Universidad Nacional y la Personería local los habitantes de Usme contarían con el apoyo de estas entidades para proteger el Hallazgo y frenar la urbanización, que en ese entonces estaba a cargo de la empresa Metrovivienda.
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Un día después del diálogo entre Usminia y su padre, el zaque de Unza (Tunja) y el cacique de Ubaque con tres centenares de guechas (guerreros) invadieron a Useme, y tomando por sorpresa a Saguanmachica trenzaron una batalla heroica pero cruenta que culminó dos días después con el rapto de Usminia, y marcó el comienzo del ocaso de la Federación, cuando todo indicaba que: “la nación gran Chibcha estaba a punto de cristalizar una impresionante civilización”, indica el sociólogo y escritor colombiano Orlando Fals Borda.
El rapto de Usminia por parte del cacique Ubaque, y las posteriores guerras internas y externas, harían trizas la sólida gobernanza y civilización alcanzada por la Federación Muisca. Usminia no regresó al reino y, por comunicación supra espiritual, Saguanmachica supo que ella se había ofrendado al lago Sagrado de Chisacá, en un acto de amor incondicional para salvar a su pueblo de la intención devastadora de Ubaque, un cacique presuntuoso diestro en el rapto de guarichas, algo no establecido en los preceptos y códigos de honor de las guerras ancestrales.
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“Nuestros ancestros muiscas se levantaron de sus tumbas para protegernos y ayudarnos en la lucha y defensa ante la presión urbana sobre nuestros territorios. Al hacerse público el Hallazgo se cayó el proyecto urbanístico Nuevo Usme que aspiraba construir 53 mil viviendas de interés prioritario; este proyecto que estaba a cargo de la empresa Metrovivienda comprendía el terreno de la hacienda El Carmen y otros suelos rurales de las veredas cercanas”, manifiesta, gratamente, Jaime Beltrán, coordinador de la Mesa de Patrimonio Ancestral, Cultural y Ambiental Usmeka.
Sin embargo, los habitantes de Usme han denunciado que, en un comienzo, este patrimonio fue objeto de profanación y saqueo por parte de Metrovivienda, y que fue gracias a la exigencia y resistencia de la comunidad, que no fue ocultado ni destruido. La empresa, por su parte, señaló que no pretendió atentar contra el patrimonio contenido en el Hallazgo; y que una vez se notificó la orden de suspensión del proyecto urbanístico, se dio cumplimiento, y que a partir de entonces se ha procedido con base en las leyes que rigen el manejo y la protección del patrimonio cultural. Así lo señaló Adriana Guzmán, arquitecta de la Empresa de Renovación y Desarrollo Urbano -ERU (antes Metrovivienda), quien reitera que en proyectos de tal magnitud la participación y la concertación con las comunidades ha sido prioridad para la Administración Distrital.
De esta forma, el renacer de los antepasados indígenas, cuan ave fénix, se constituyó en el sostén principal de la memoria agraria y la defensa territorial para los campesinos, siendo trascendental para la memoria Muisca que sucumbía en el olvido social, pero la luz de la profecía del resurgir ancestral, entonces, se empezaba a cumplir a cabalidad.
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En el contexto sociopolítico del agro andino colombiano, desde la época de la colonia hasta hoy, el territorio de Usme ha sido objeto de intensos conflictos por la tenencia y uso de la tierra. Una disputa de pequeños y medianos productores campesinos contra los grandes terratenientes que después de colonizar y expulsar a los agricultores locales, se afincaron en la zona; así lo afirma la Alcaldía local de Usme en su revista Informativa Ambiental de 2017.
En Usme predominó el latifundio hasta finales del siglo pasado, cuando las grandes haciendas se empezaron a parcelar en minifundios o urbanizaciones, dadas las dinámicas poblacionales de desplazamiento y migración rural, causadas, a su vez, por la pobreza, la desigualdad económica y la violencia que han padecido los campesinos del país, como se muestra en las memorias del gran líder agrario del Sumapaz Juan de la Cruz Varela, escritas por su hija Laura y Deyanira Duque. Juan de la Cruz y Erasmo Valencia fueron dos destacados dirigentes campesinos que, a comienzos del siglo XX, forjaron los primeros movimientos agrarios rebeldes del Sumapaz y del Tolima, con lo cual pusieron en entredicho la legitimidad de la gran propiedad hacendataria, como los señala Tatiana Urrea Uyabán (Usme; historia de un territorio 2011).
A raíz de lo anterior, las administraciones de grandes ciudades como Bogotá, en el último medio siglo, limitadas para atender la creciente población en materia o política de vivienda, entre otras medidas ha expandido la urbanización a periferias rurales como Usme. Pero los campesinos, también, han resistido a esa presión; con su ruana puesta y azadón en mano han defendido aquel terruño querido; quién dijo miedo sumercé, y de la planeación al hecho hay mucho trecho, dice Jaime Beltrán, quien, por malicia indígena -campesina, sabe que perro que ladra no muerde.
Ante las diferentes acciones de las comunidades rurales y algunos sectores urbanos, entre otras: acciones jurídicas; creación de movimientos y escenarios de diálogo y concertación como las Mesas de Patrimonio Usmeka y la Mesa de definición de Borde Urbano Rural; denuncias en la prensa sobre el mal manejo del patrimonio por parte de la administración distrital y la empresa Metrovivienda; movilizaciones pacíficas como bloqueo de vías y una ‘encerrona que le pegaron’ al entonces gerente de la empresa: Francesco Ambrosi; creación de alianzas y tejido de redes sociales locales, nacionales e internacionales en torno a la defensa del patrimonio, del territorio y la cultura agraria, hicieron que la empresa urbanística y la Administración Distrital desistieran del proyecto de vivienda sobre la hacienda El Carmen y otras veredas de Usme.
Pero no satisfechos con la suspensión urbanística, han desarrollado todo un proceso estratégico, propositivo para exigir a la Administración Distrital e instituciones nacionales el cumplimiento de lo acordado frente al manejo y protección del patrimonio y el ordenamiento del territorio con base en el Hallazgo Arqueológico y la memoria ancestral campesina. Durante estos años, a través de la Mesa de Patrimonio Usmeka, se han realizado diferentes actividades para visibilizar el patrimonio invaluable contenido en el Hallazgo y resignificar el territorio, han movilizado las comunidades en escenarios de participación y exigibilidad para el reconocimiento institucional del Hallazgo como Área Arqueológica Protegida (Resolución 096, ICANH 2014), y que hoy por hoy la actual Administración Distrital contemple la implementación del Plan de Manejo Arqueológico: “en lo cual hemos enfocado gran parte de nuestros esfuerzos. Desde Usmeka hemos realizado diversos recorridos de apropiación territorial, pedagogía y prácticas de conservación y cuidado de los símbolos y elementos patrimoniales y ambientales, especialmente el Hallazgo Arqueológico, y todas las gestiones para su preservación”, señala Jaime Beltrán.
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En honor a la memoria de Usminia, Saguanmachica logró que el gran Consejo Muisca decretara el ritual de ofrenda a la sagrada menstruación de las furas. El primer ritual de iniciación o luna femenina realizado después de la disputa que dejó casi un centenar de guechas (de ambas partes) muertos duró nueve días, número que significa la gestación humana durante nueve ciclos lunares en el vientre materno. Con la guía de los chyquys Muiscas Saguanmachica y su amada MacheKé dirigieron el gran y primer ritual de iniciación menstrual, ceremonia solemne de danza, ofrenda y canto en veneración a las madres Bachué y Chía, quienes originaron la vida terrenal.
Después del pomposo ritual de iniciación femenina el pueblo y la Federación Muisca se verían avocados a una serie de acontecimientos históricos liderados por Saguanmachica, quien, durante la celebración ritual, fue ungido Zipa de Bakatá por el gran Consejo de Chyquys, guías religiosos del pueblo (…) Luego la historia y la memoria Muisca caerían en el olvido glacial, y hasta casi seis siglos después, con la reivindicación de sus herederos, se empieza a reconstruir lo que fuera su esplendorosa cultura y civilización, gracias en parte a la información contenida en el Hallazgo Arqueológico de Usme. Sin embargo, hoy por hoy gran parte de su cosmogonía, sus mitologías y personajes carismáticos permanecen en la memoria y en el nuevo tiempo de Usmeka. Usminia, por ejemplo, dejó un legado inmortal y es recordada como una de las guarichas más bellas y carismáticas. Las mujeres indígenas y campesinas descendientes de su linaje la veneran como la guardiana de su luna menstrual; una gran estatua erigida en su honor da fe de ello.
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Entre 1980 y 2010, en el Valle rural de Usme, piedemonte de los Cerros sagrados de Bakatá se construyeron 180 barrios (Usme; historia de un territorio 2011). Según cifras de la Alcaldía local Usme perdió 331.898 hectáreas de suelo rural, entre 992 y 2015, convertidas en vivienda urbana, lo que históricamente ha generado conflicto entre campesinos y el Distrito. El punto más álgido ocurrió en 2007 cuando la Administración emitió el Plan de Ordenamiento Zonal Usme (Decreto 252), el cual, según los campesinos, era contradictorio; pues, por un lado, buscaba proteger el entorno ecológico y la cultura agraria, pero a su vez establecía el derecho de expropiación como acto administrativo a favor de terceros. En este caso favorecía a Metrovivienda, encargada del proyecto urbanístico, y de, eventualmente, expropiar a los campesinos de sus predios rurales.
Así mismo los campesinos exponían que esta Plan, contradecía las normas y planes de manejo ambiental, pues las veredas de Usme ubicadas al piedemonte de los Cerros orientales y cercanas al Distrito, están dentro de la “Reserva Forestal Protectora Bosque Oriental de Bogotá”, norma que busca salvaguardar estos territorios y protegerlos de las intervenciones humanas que afecten el ecosistema, la biodiversidad o la cultura de las comunidades raizales.
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Según el estudio antropológico realizado por la Universidad Nacional, el Hallazgo se trata de una necrópolis prehispánica con unas 2.000 tumbas y gran cantidad de vestigios arqueológicos de las poblaciones y culturas precolombinas que habitaron la región hasta la ‘conquista’, además de varias piedras con jeroglíficos. Entre los principales aspectos encontrados en la investigación se evidencias huellas de enterramientos colectivos e individuales relacionados con rito fúnebres; diversos elementos o fragmentos de cerámicas: vasijas ceremoniales adornadas con motivos de animales como la gran serpiente fundida en tumbaga, jarras de distintos tamaños y simbolismos como la tinaja que plasma la figura de la venerable madre Bachue, y ollas con asas; sonajeros, cuentas de collares; y entre otros, restos óseos de variados animales y ajugas, así explicó Virgilio Becerra, director del informe antropológico, en entrevista para esta crónica.
Dicho informe constata que los ancestros indígenas habrían creado y puesto en funcionamiento, allí, un gran centro de culto ritual y de comunicación del pueblo Muisca con otros pueblos y con sus dioses: su cultura material nos habla de la importancia ritual en su vida social y política, y sobre el desarrollo de su tecnología orfebre, según la exposición: El retorno de los ancestros (Universidad Nacional 2019). Esta exposición da cuenta, que: los ancestros muiscas de Usme tuvieron acceso a serpientes, caimanes y pecaríes que venían de otras regiones y cuyos huesos y colmillos usaron en sus ritos y su cotidianidad. La diversidad de fauna arqueológica hallada muestra sus conexiones con otras regiones como los Llanos Orientales y el Magdalena medio.
En conclusión, el hallazgo es una biblioteca prehispánica correspondiente a los periodos Muisca temprano y tardío, del siglo VIII al XVI. A raíz de ello, el ICANH, en 2014, declaró el Hallazgo de la hacienda El Carmen como Área Arqueológica Protegida [4], mediante Resolución 096 la cual orienta la salvaguarda del patrimonio cultural con base en el Plan de Manejo Arqueológico, PMA, aprobado por esta entidad en 2009 [5].
El PMA busca proteger el Hallazgo desarrollando los componentes: arqueológico -museológico; museográfico, arquitectónico; y capacitación, promoción y difusión; específicamente implica restauración ambiental del entorno, ampliar la investigación y conocimiento sobre el Hallazgo, y, entre sus principales ejes construir un centro cultural: una biblioteca, sala de exposición, laboratorio arqueológico y un Museo de sitio bajo la figura de Parque Arqueológico.
Desarrollar el Plan llevará un tiempo aproximado de diez a veinte años y un costo estimado de 32.000 millones de pesos, según la Universidad Nacional; así se dio a conocer el 9 de junio de 2014, cuando el alcalde mayor de entonces Gustavo Petro visitó la zona y anunció una inversión de dos mil millones de pesos para construir el Museo, un primer paso para ejecutar el PMA.
No obstante, algunas situaciones administrativas como el vencimiento de un Comodato y de un Convenio interinstitucional, la no aprobación de licitaciones para construir el Museo y el cambio de gobiernos locales y la incapacidad de los mismos no han permitido avanzar, hasta ahora, en la construcción del Museo ni en la ejecución del PMA, según los líderes de la localidad que no han dado el brazo a torcer, sino que en este tiempo han empoderado del valor y la preservación patrimonial a los habitantes de Usme, de la ciudad y a otros actores internacionales.
Y es que en el argot campesino quien siembra cosecha; con la nueva administración distrital de la alcaldesa Claudia López, otros vientos soplan a favor; la mandataria capitalina quien se reunió con la Mesa de Patrimonio Usmeka el pasado mes de febrero, anunció la incorporación del PMA del Hallazgo Arqueológico, como eje estratégico, al actual Plan de Desarrollo capitalino, noticia que celebran los campesinos quienes en estos años se han dedicado a pensarse el manejo y el ordenamiento del territorio en función de la memoria y el patrimonio ancestral.
Lo anterior es, sin duda, un reconocimiento y premio al proceso persistente de muchas personas, mujeres y hombres que han dedicado su liderazgo a recuperar, fortalecer y preservar la memoria y el patrimonio ancestral, cultural y ambiental de Bakatá, gran territorio de los pueblos indígenas y campesinos del altiplano, y han construido una propuesta respecto al manejo del patrimonio.
La propuesta local que incluye un diseño arquitectónico de lo que sería el Parque y el Museo de Sitio e interpretación social del territorio, como uno de sus principales ejes, fue acogida por el gobierno distrital de Claudia López para ser incluida en el Plan de Desarrollo: como una meta de diseñar e implementar el Parque Arqueológico de la hacienda El Carmen (Usme) integrando el borde urbano y rural de Bogotá, tal como quedó establecido en el Mandato Cuidando de Usme en defensa del patrimonio ancestral y la concertación de planificación ordenada del territorio, luego de realizarse tres cabildos populares, asambleas territoriales [6], en 2014. Allí la poblacion campesina y urbana dio las directrices para la salvaguarda del patrimonio y el ordenamiento territorial con base en la cultura agraria y la estructura ecológica territorial, “ejerciendo nuestro pleno derecho a la defensa de lo público y el cuidado de la ruralidad y los valores ancestrales”, señala Jaime Beltrán, líder de la Mesa de Patrimonio Usmeka.
En este contexto, diferentes actores del proceso, exponen las expectativas y esperanzas frente al Hallazgo. Yerli Barrera, bióloga e integrante de la Mesa de Patrimonio Usmeka, manifiesta que este proceso ha sido un bonito y arduo trabajo realizado por las organizaciones y la comunidad de Usme en torno a la Mesa de Patrimonio con el apoyo de quienes de corazón son Usmekas, luchadores, para que el Hallazgo Arqueológico trascienda. Por su parte el líder Harol Alexander Villay Quiñonez, profesional en administración y gestión ambiental, y miembro de la Mesa de Patrimonio, resalta el trabajo silencioso de muchas personas que durante años han dedicado su tiempo al proceso: “gestionado documentos, haciendo llamadas, hablando con uno con otro…, un sin fin de detalles que muchos ni se imaginan lo que hay detrás de ello”, y augura que:
Vendrán nuevas generaciones y nuevos liderazgos que consoliden una apuesta por la historia, por la cultura y el territorio (…) Es un hecho que será un Parque Arqueológico como estrategia de ordenamiento territorial del borde sur de Bogotá, un centro de estudios internacionales de formación en muchos niveles y un lugar de encuentro de culturas y pueblos ancestrales, donde vuelve la palabra de encuentro para con el territorio Usmeka. Después de tanto, es satisfactorio ver que estas luchas de años se materializan; podemos decir que ha valido la pena el trabajo silencio de muchos y muchas. Que esto, sea la materialización de la resignificación ancestral, cultural, ambiental, rural y territorial del Sur de Bogotá.
Parte III. El nuevo escenario del pueblo
“El patrimonio agrario de Usme representa y reivindica la cultura campesina y fortalece la memoria histórica”, revista Patrimonio Vivo Usmeka (Adm. Distrital -Mesa de Patrimonio Usmeka, 2019).
Con el Hallazgo Arqueológico las comunidades campesinas y urbanas de Usme han reafianzado tradiciones como el tejido, el trueque, la gastronomía, la oralidad, la mitología y el folclore (la música, las coplas y dichos, el baile y los juegos tradicionales), el uso de los calendarios lunares, la siembra orgánica, el arado manual de la tierra, entre otros valores agrarios por los cuales se asumen como guardianes del territorio, la memoria y el patrimonio.
Usme sigue siendo un pueblo de tradición agraria indisoluble, si bien su memoria y cultura datan de varias generaciones precedentes, cuando los ancestros campesinos surcaron y sembraron en esas tierras sus labranzas y querencias como símbolo de amor y pertenencia al territorio. Dicen los abuelos y abuelas que recuerdan, porque oyeron de sus ancestros, que aquella fue una época dorada del agro: la cultura y tradiciones eran sólidas, que se veían y se conservaban más bosques nativos, y las especies eran más abundantes que las que hay hoy se encuentran.
Pero por otro lado este pueblo, cuna agraria del altiplano andino, transita entre la conservación de su memoria y su patrimonio invaluables, y adaptarse a la metrópoli bogotana y a la ruralidad contemporánea, una pugna constante entre la acelerada urbanización y la resistencia campesina por permanecer en su territorio y desarrollar sus formas de vida campesina. Ciudad Futuro, por ejemplo, el proyecto más ‘importante’ del Distrito contempla construir en los próximos 20 años un área de 930 Has; con esta proyección, trazada en 2011, la Administración Distrital pretende “beneficiar a una población aproximada de 200 mil personas (Usme, historia de un territorio). Y, si bien este proyecto urbanístico contempla favorecer el ambiente rural y el patrimonio local, mediante un esquema de gestión que privilegie el suelo que cumple funciones ecológicas y sociales, los defensores del patrimonio se preguntan, entonces, en qué quieren convertir a Usme.
La respuesta dada por ellos mismos entrevé un símil contraproducente entre lo que fue la antigua y prodigiosa ciudadela, valle fértil de los ancestros y/o la Ciudad Futuro pensada por la empresa urbanística, donde la memoria ancestral y rural, lo ecológico, lo cultural y patrimonial pareciera no importar al gremio constructor, institucional, pero que a los campesinos les ha costado sudor y lágrimas defender. El Hallazgo más que un punto geográfico, es un territorio de trascendencia energética espiritual, que según el cuidado y manejo que se le dé se convertirá en soporte sólido o en hilo frágil del patrimonio cultural, una herencia milenaria y eslabón de la memoria agraria, asumido como escenario de: “apropiación y sentimiento del despertar pensamientos: un símbolo de nuestra identidad”, concluye el perseverante líder campesino Jaime Beltrán.
Agradecimiento Especial a la Mesa de Patrimonio Usmeka y a la Fundación Ruta Agroturística La Requilina.
Por: El de la Ruana, Montañas de Bakatá, abril de 2020