Autores: Ismael Paredes y Mábel Adriana Lara
Este tercer relato del Pacífico comprende un recorrido histórico por la reivindicación cultural y de los derechos del Pueblo Negro, el vínculo con sus ancestros, el conflicto en su territorio, su auge artístico y el destilado del viche: néctar curativo con el que las comunidades celebran sus rituales, agasajan sus fiestas, animan su cotidianidad, y hoy es su patrimonio colectivo.

Para la gente de río emprender un viaje es, realmente, un gran acontecimiento, como cuando los citadinos van a tomar el avión o asistir a un concierto o conmemoración especial. Cuando van a tomar la embarcación se arreglan esmeradamente, se ponen la mejor pinta: camisetas finas, pantalones y correas a la moda, gafas oscuras; el cache lo es todo, indica Laura Cadena, artista y viajera por mares, esteros y ríos del Pacífico. Los relatos de viaje, bien sea navegando en altamar, esteros o ríos están llenos de magia, son un recorrido al tiempo inmemorial del Pueblo Negro. Allí afloran recuerdos y manifestaciones poéticas diversas como el canto, un activo para atenuar sus situaciones históricas dolorosas y las bregas cotidianas.
Las comunidades negras establecen un vínculo profundo con sus ancestros. La comunicación intrínseca con ellos fundamenta el arraigo al territorio, nutre su memoria y enraíza su cultura, señala Yuri Tatiana Ángulo, lidereza del Consejo Comunitario El Playón -Río Siguí (López de Micay): “el territorio para las comunidades negras es la vida; por ello cuidamos la tierra y el agua con esmero, una sabia orientación que nos dejaron los ancestros para administrar y manejar el territorio de forma sostenible; por eso, hasta hace poco, el territorio se conservaba tan virgen, no había destrucción ambiental ni había explotación de recursos ni megaproyectos mineros o extracción de madera, pero con la globalización todo cambió…”

Piangüando y cantando
Al caer la tarde en los esteros del Micay, cuantiosos grupos de garzas blancas, habitantes por excelencia del manglar, posan a orilla del lago y ofrecen un estupendo avistamiento. Allí, en el transcurso del día las mujeres piangüeras han recolectado el molusco, que es exquisito en la gastronomía local; con botas pantaneras las mujeres se meten a los manglares y de entre el barro sacan la piangüa. Lo mismo ocurre en otros sitios como en la ruta que de Buenaventura conduce al Consejo Comunitario Juntas del Yurumanguí, pasando por caseríos como San Antonio, donde las mujeres negras salen a comerciar la piangüa.
Pianguar es un trabajo dispendioso de valorar y admirar, señala la viajera Laura, quien realiza formación audiovisual para que las comunidades expresen su propia narrativa artística. Ser piangüera es un arte ancestral, una tradición de las mujeres como lo es, también, el canto, pues quién no canta no tiene vida, una hace cantos para olvidarse de la tristeza y aminorar el trajín de meterse al barro todos los días a pianguar, señalan las mujeres portadoras de esta tradición del Pacífico.
Contexto territorial y derechos humanos
“Sabiendo que el agua moja porque no se arremangó, ese fue un castigo que mi Dios te mandó…”: canto de advertencia, cuando un viajero comete un error y los demás le cantan para reclamarle.
Si bien este relato se centra en el Pacífico, no hay que olvidar que también en la región Caribe -por la época de la sublevación en Chocó y el Valle del Patía (como vimos en la primera parte de esta crónica)- algunos líderes como Benkos Biohó y otros grupos esclavos, protagonizaban la revolución cimarrona en estas tierras, su historia es larga y prodigiosa…
La lucha del Pueblo Negro por su libertad fue infatigable; su audacia y saberes tradicionales les fueron favorables. Los historiadores Fabio Perea y Orián Jiménez, aseguran que en Chocó la selva les brindaba a los esclavos la posibilidad de huir, pues no había que temer de los indígenas, quienes fueron aliados de los negros y entablaron relaciones de mestizaje; tampoco representaban mayor peligro los criollos y españoles, a quienes se les dificultaba llegar hasta allí, rápidamente, ya que, en su mayoría, vivían en Quibdó, a millas de distancia por los ríos.
Sin embargo, el etnólogo Rogerio Velázquez plantea que, si bien con las primeras revueltas los esclavos avizoraron su libertad, aun serían segregados por un largo y sufrido tiempo; los negros eran bienes de otros hombres, valorados como cerdos, brazos para explotar o sembrar, bueyes que construían las heredades de los poderosos. Velázquez plasmó la atrocidad con que fueron tratados sus ancestros, incluso después de obtener su libertad, legalmente: muchos negros pedían ser vendidos a nuevos amos para procurarse vestidos, comida y medicina; concubinas que malparían a consecuencia de los castigos; amos que maltrataban a sus siervas para provocar abortos; infelices, en fin, los negros mataban a sus superiores ante la imposibilidad de trabajar para sostener sus grandes familias, rememoró el escritor negro, en sus sentidas narraciones.

Actualmente, con el reconocimiento de la diversidad étnica -cultural y la adopción del Estado Social de Derecho (con la Constitución Política de 1991) el Pueblo Negro a pesar de ser libre y lograr reivindicaciones importantes como la titulación colectiva de sus tierras (Ley 70 de 1993), lo que configuró una nueva categorización y manejo del territorio de forma autónoma, todavía libra una lucha constante por hacerse a un lugar en la historia, y mantener su acervo cultural y artístico que enriquece nuestra identidad y nuestra memoria histórica. Sin embargo, algunos líderes como Dimas Orejuela plantean grandes retos: “la autonomía administrativa para autodeterminarnos como pueblo está menguada; el gobierno aún no ha reglamentado el capítulo séptimo de la Ley 70, referente al desarrollo económico – administrativo, que nos daría una autonomía efectiva y diferenciada a la hora de analizar esos aspectos…”.
El Pacífico colombiano comprende un área aproximada de diez millones de hectáreas, desde el Tapón del Darien (frontera con Panamá) hasta la frontera con Ecuador; un ochenta por ciento de su superficie es bosque tropical húmedo, que contiene gran diversidad biológica, protegida por un millón aproximado de afrocolombianos que comparten sus luchas con los campesinos; se identifican en su valoración y cuidado del territorio, en sus prácticas y saberes agrarios, en su tesón y en su carisma de vivir y afrontar sus padecimientos: la discriminación, la exclusión, y flagelos temerarios como el conflicto armado, sufrido por más de medio siglo.
Al respecto, la Defensoría del Pueblo señala que las comunidades del Pacífico han registrado históricamente altos niveles de riesgo debido a la persistencia del conflicto, la variedad de grupos armados irregulares involucrados en múltiples violaciones a los derechos humanos e infracciones al Derecho Internacional Humanitario: “situaciones que ponen en grave riesgo la seguridad alimentaria, la autonomía de los territorios, sus costumbres, sus tradiciones y sus creencias; y, por ende, su conservación y supervivencia como grupos étnicos”[1].
De otra parte, organizaciones como COCOCAUCA, que agrupa a los Consejos Comunitarios de López de Micay, Guapi y Timbiquí en el Cauca, denuncian que las poblaciones indígenas, afro y rurales padecen a diario: amenazas, masacres, asesinatos selectivos, confinamiento y desplazamiento como consecuencia del accionar de los actores armados ilegales o legales, y otras acciones desarrolladas por el Estado contra las comunidades como la fumigación área con glifosato, programa orientado a erradicar cultivos de coca con fines de narcotráfico.

Pero además de la victimización a las comunidades, la aspersión genera afectación territorial, ocasionando daños a los cultivos y a la soberanía alimentaria, envenenando fuentes de agua, aves, peces y otros animales como las abejas y el colibrí, polinizadores, fundamentales en el funcionamiento ecosistémico. Además, se han menguado o exterminado algunos animales y plantas de uso medicinal, especies que son, a su vez, pilares en el conocimiento y manejo del clima, predicciones de eventos sociales -naturales o enfermedades prevenibles, entre otras.
El conflicto armado ha dejado profundas huellas en la vida y el territorio de las comunidades, como no recordar por ejemplo la masacre de Bojayá ocurrida en 2002 en territorio del Atrato; los paramilitares y la exguerrilla FARC- EP se enfrentaron en Vigía del Fuerte y Bellavista, dejando casi un centenar de civiles muertos, que pese a estar refugiados en la iglesia de este caserío fueron alcanzados por los cilindros bomba, usados por los actores en contienda, según las memorias de Nevaldo Perea: “Soy Atrato: vida y amargos recuerdos de un líder negro”.
Este suceso cruel, fue precedido por un largo periodo de hostilidades conocido como la guerra del Atrato, según la organización COCOMACIA; un periodo comprendido entre 1997 y 2002 en el que grupos armados ilegales (guerrillas y paramilitares), con omisión o con complicidad de la Fuerza Pública, especialmente del Ejército, tomaron esta región e hicieron del territorio y las comunidades un escenario y botín de guerra, como recuerdan líderes de COCOMACIA.
La guerra se ensañó contra las comunidades humildes de Vigía del Fuerte, Bellavista, Puerto Contó y Pueblo Nuevo en Bojayá a donde llegaron los paramilitares que venían de Turbo, Riosucio y Murindó, intentando desalojar las guerrillas asentadas allí. Los atrateños señalan que los paramilitares realizaron su viaje pasando por zonas militarizadas y, paradójicamente, no hubo enfrentamiento con la Fuerza Pública, pero si causaron masacres y desplazamientos incalculables de campesinos, indígenas y afrodescendientes que convivían allí fraternamente.
Lo anterior, es solo una breve mención al padecimiento de la poblacion civil en la larga y temida noche del conflicto armado librado por los actores armados en el Pacífico, y sobre el cual hay mucho por contar, si bien se han escrito muchos informes y libros, y la ‘gran prensa’ ha vociferado lo bastante para desinformar y tergiversar la verdadera dimensión del terror.
Frente al conflicto y las consecuencias padecidas por la poblacion pacífense: centeneras de masacres, miles y miles de asesinatos, desapariciones forzadas, violaciones y desplazamiento masivo las comunidades negras, indígenas y campesinas, con apoyo solidario de diferentes sectores sociales y la comunidad internacional, han emprendido otra invaluable lucha por esclarecer la verdad, exigir justicia, buscar el retorno de los desplazados, y evitar la repetición de los hechos, siendo decidido y frutífero el empeñó, alcanzando algunos casos de reparación, individual o colectiva, casos simbólicos de desagravio como en Bojayá donde las FARC-EP pidió perdón al pueblo, y varios retornos de poblacion desplazada a su territorio. Si embargo, quedan muchas heridas por sanar, y muchas reparaciones pendientes por parte de la sociedad y el gobierno colombiano hacía las comunidades negras, campesinas e indígenas del Pacífico.
No obstante, el abandono del gobierno hacía estas poblaciones, otras instituciones de Estado como la Corte Constitucional ha amparado sus derechos y sus territorios, reiterando el daño ocasionado por el desplazamiento y el confinamiento: pérdida del control territorial, deterioro en las condiciones de vida y negado el disfrute de sus derechos y recursos del territorio, del que hacen parte los saberes, usos y costumbres vinculados a su hábitat y expresados en los ritmos y tiempos de vida cotidianos (Corte Constitucional, Auto 005/2009).

El destilado del Viche y el arte en los pueblos del litoral
“El viche es el arte de la bebida antigua, el conocimiento de diferentes botellas que son medicina para el cuerpo y para el alma, porque las plantas de las que se produce son espirituosas”: Lucía Solís, maestra de medicina tradicional, bebidas ancestrales y herbología.
Las bebidas alcohólicas han sido parte de la vida cultural de muchos pueblos. En Colombia antes de la conquista los indígenas producían bebidas fermentadas, usando productos como maíz, yuca, piña y agaves, para fiestas y ceremonias; al contacto con los españoles conocieron la caña de azúcar y la destilación del trago, explica la investigadora Margarita Arango[2].
Para el Pueblo Negro el viche es un arte traído por los esclavos africanos y se mantiene como patrimonio cultural colectivo. El destilado de viche implica, “un proceso transformador desde la producción, corte y molida de caña para sacar el guarapo que va saliendo a gotas: tin, tin, tan… luego fermentarlo y curarlo; eso tiene un valor incalculable”, manifiesta Lucía Solís
El Viche se usa al iniciar un viaje o trabajo cotidiano como la rocería para siembra de maíz, caña o pancoger, para curar diversas enfermedades como el mal de ojo, alejar espantos o tratar la picadura de culebra; otros derivados del viche como la tomaseca y los meaos orientan el proceso y dieta de las parturientas, los rituales de la gestación y ceremonias posteriores al nacimiento del bebe. Con el viche se atienden visitas y se agasajan bautizos, cumpleaños o entierros; cuando un menor muere se celebran chigualos o bailes de duelo y agradecimiento en torno al consumo y medicina del viche. Así lo explican la matrona Lucía y Dimas Ernesto Orejuela, representante de la Asociación de Vicheros del Pacífico colombiano, Asovipcol.
“Además del viche se producen otros derivados como la cocada, la miel y el guarapo de caña de azucá, un cultivo tradicional de las comunidades negras para sacar dulce y destilar el viche, o insumo para la chicha de maíz; de la caña la gente se alimenta, así no tengan plata, este tipo de economía les permite generar intercambios de productos”, señala Yuri Tatiana Ángulo.
Pero, como ha pasado en las reivindicaciones históricas del Pueblo Negro, en torno al viche se ha librado una lucha legendaria, como vimos en el relato II; recientemente las comunidades negras se han enfrentado, social y jurídicamente, al emporio y monopolio empresarial licorero del Pacífico que pretendía sustraerles esta práctica tradicional y medicinal milenaria.
El mayor rifí rafe se dio en 2018 cuando el empresario Diego Ramos, representante legal de la Empresa Viches del Pacífico, demandó la producción vichera realizada por comunidades negras, tutelando el derecho a la salud, el registro sanitario y la regulación a esta práctica. Pero las comunidades hicieron una férrea defensa ancestral, política y jurídica del viche y sus derivados, a la que se sumaron los productores artesanales de otras regiones, organizaciones sociales y medios comunitarios por considerar que la tutela de Ramos vulneraba la cultura, la economía, las prácticas tradicionales y la autodeterminación del Pueblo Negro.
En este proceso reivindicatorio surgió el grupo Destila Patrimonio conformado por diferentes organizaciones y comunidades negras como ASOPARUPA (asociación de mujeres parteras); Asovipcol; Funda Productividad; Fundación Sociedad Portuaria; la Universidad del Pacífico; y la Fundación ACUA, entre otras. Destila Patrimonio, busca que el viche, sus derivados y sus saberes sean patrimonio del Pueblo Negro; fortalecer la productividad y la salubridad en pro de la salud de los consumidores, y propender una regulación concertada que les permita a las comunidades manejar ese conocimiento, del cual son portadoras y guardianas.
Finalmente, el Juzgado Quinto de Familia de Oralidad de Cali, negó la Tutela impuesta por Ramos, y aclaró que estas bebidas son propiedad intelectual colectiva de las comunidades del Pacífico. Además, le canceló el registro de su marca ante la Superintendencia de Industria y Comercio, y le negó su participación en el Festival Petronio Álvarez 2018, como pretendía.
En 2019 durante el Festival Petronio Álvarez se realizó la segunda Cumbre Vichera “Destila Patrimonio”, para fortalecer la estrategia de protección de bebidas ancestrales artesanales del Pacífico. Allí, Carmen Vásquez, ministra de Cultura, anunció la postulación del viche y sus derivados a la lista Representativa de Patrimonio cultural inmaterial ante el Consejo nacional de Patrimonio, grata noticia que legitima el proceso y la tradición de las comunidades negras.
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Las prácticas tradicionales como el viche son sólo un aspecto del amplísimo acervo cultural y la etnicidad del Pueblo Negro, un aporte invaluable a la construcción de país, destacándose, solo por referir algunos aspectos cultures y artísticos: su vastísima y fascinante producción literaria; la música, comprendida “en el Pacífico norte la chirimía; Pacífico sur el currulao; en el Valle del Patía a esta música se suma el violín; y en el Caribe el vallenato, la cumbia o el bullerengue, etc.”, explica Dimas Orejuela, quien señala que estas músicas y artes están manifiestas en todo su esplendor y fogosidad en la cotidianidad de las comunidades.
El próspero arte del Pueblo Negro se enriquece con el baile, la lúdica, la estética, los peinados y su configuración histórica que usaban los esclavos como mapas para trazar la ruta libertaria, con el arte de construir instrumentos y crear ritmos (bundes, la marimba de chonta, currulaos, berejús, pangos…), con su fascinante mitología y sincretismo religioso, entre otros aspectos, siendo emblemático el canto ritual o cotidiano: “el negro canta a toda hora, en el trabajo, al bogar, al recorrer caminos, cuando adora a los santos y vela a los muertos, cuando baila…”, escribió Velásquez; “un canto te ayuda a hacer las cosas con amor, con más pasión y entrega para obtener buenos resultados…”, concluye Orejuela.
En términos medicinales y saberes de plantas el Pueblo Negro, ostenta un gran conocimiento, la partería, por ejemplo. Pero este aporte significativo de las comunidades negras al país no se ha visibilizado debidamente, señala Wilner Perlaza, joven negro del Consejo Comunitario El Playón- Río Siguí, quien destaca el manejo ambiental como estrategia de producir bajo sistemas empíricos para el equilibrio del territorio y la conservación sostenible del ecosistema y la biodiversidad. No obstante, Wilner lamenta que no haya una comprensión del origen de su pueblo y su espiritualidad, lo cual genera una ruptura para generar entendimientos mutuos entre las comunidades y el Estado, pues una relación intersectorial no sólo se fundamenta en lo normativo, sino, sobre todo en la legitimidad que confiere derechos a las comunidades tradicionales por permanecer y desarrollar cultura y procesos en un territorio; siendo el viche, un saber y un derecho que hace parte de esos procesos de legitimidad.
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El río Micay, y su ecosistema asociado, es una de las muchas maravillas naturales; es fuente de vida y de economía, aportando la pesca, la agricultura ribereña de productos emblemáticos como el coco, el chontaduro, la caña de azúcar, el arroz y diversas especies de pancoger y de plantas medicinales, y más recientemente la extracción minera en sus rebalses.
Como fuente narrativa el río Micay inspiró, en parte, el relato del arte y memoria del Manglar. Por el Micay bogaron muchos de los ancestros que huyeron de la esclavitud o que obtuvieron su libertad, en 1952, con la abolición de la esclavitud por parte del Estado colombiano, y se conformaron como palenques y luego, al albor de la globalidad, en Consejos Comunitarios. Por el tiempo en que llegaron allí los primeros negros, la zona estaba cubierta de un bosque inabarcable, mágico, inexplorado. Al acercarse a la bocana del Pacífico, forma deltas e islas cubiertas por vegetación primorosa, un paisaje ecosistémico diverso de manglares, esteros, quebradas y su inmensa diversidad de flora y fauna asociadas, así lo manifiesta Yuri Ángulo, descendiente de los ancestros negros que poblaron inicialmente la región y cuenca del Micay.
Un siglo después, fruto de las políticas de desarrollo, como la explotación maderera y minera, la selva y ríos como el Naya, el Cauca, el Atrato o el Micay, entre otros, casi agonizan, como consecuencia de la contaminación y la destrucción industrial del territorio, mientras que las comunidades negras, indígenas y campesinas, que custodian el territorio, padecen, fríamente, el impacto ambiental de la explotación de recursos naturales, como lo señalan líderes negros de los cinco Consejos Comunitarios del municipio López de Micay.
Lo anterior, según expertos ambientalistas y científicos, es una preocupación global frente a la transformación ecosistémica por intervención humana, y que en el Pacífico pone en riesgo la biodiversidad y fragmenta el hábitat fundamental para la conectividad de los ecosistemas, a causa de actividades como el extractivismo y la deforestación.
[1] Defensoría delegada para la Prevención de Riesgos de Violaciones a los Derechos Humanos y el DIH. Informe Estructural Situación de Riesgo por Conflicto Armado en la Costa Pacífica Caucana Municipios de Guapi, Timbiquí y López de Micay. Sistema de Alertas Tempranas (SAT). Abril de 2014 Bogotá – Colombia.
[2] Informe del Proyecto: “Alambiques prohibidos y destilación proscrita. Una Mirada comparativa sobre la elaboración, el comercio y el consumo de licores artesanales en Colombia. Colciencias e ICAHN (2013).