El Río Atrato como Sujeto de Derechos – Colombia
febrero 8, 2021¿Una Tierra sostenible o una sociedad insostenible?
abril 22, 2021En torno al río Teusacá y el páramo Las Moyas se narra la memoria y potencial de la fuente, el seno que nos amamanta; se investiga la problemática del manejo del agua, el uso del suelo y la protección ecosistémica. Esta fue una de las dos crónicas ganadoras de la convocatoria: Reconocimientos a las narrativas en torno al agua del Ministerio de Cultura de Colombia, año 2020; según el jurado, es ‘un texto sólido, coherente y de alto nivel creativo que expone pluralidad de voces, épocas históricas y tonos estilísticos adoptados’…
Por: Ismael Paredes
Los rayos del sol penetran el dosel de la arboleda, trenzándose con las hebras plateadas de lluvia, con el tapiz de musgos y con el hilo de las redes que custodian los nacederos de agua en las cuevas. Se oye la sonoridad rítmica del viento y el agua, la sinfonía de las aves cantoras, el croar de las ranas, el zumbido de los insectos… Este espectáculo mágico ocurre en el páramo Las Moyas, de donde emergen torrentes de agua que bañan al valle Teusacá por el occidente, y a las laderas y barrios de Bogotá por oriente; allí la memoria muisca está contenida en grandes piedras y cerros, espíritus mojanes en que se convirtieron los ancestros.
Teusacá
Cuando la Cacica Teusacá gobernaba el Cercado Teusacá, ubicado al nororiente del territorio Muisca de Bakatá, hoy municipio La Calera (Cundinamarca), se realizaba una carrera como rito de ofrenda y veneración a la tierra y al agua.
En la competencia participaban los mejores atletas chibchas, quienes recorrían durante veinte días, aproximados, el trayecto comprendido entre cinco lagunas: Guatavita, Guasca, Siecha, Teusacá y Ubaque, al suroriente de la Federación Muisca.
A su paso por el valle Teusacá, los corredores eran recibidos con regocijo, alimento y chicha, bebida que estaba dispuesta, al lado del camino, en múcuras de barro y totumas de taparo; estos elementos contenían símbolos que representaban el núcleo cosmogónico: fuente de luz y formación de la vida en el vientre lacustre, dibujos que el alfarero delineó en la lengua glíptica del amanecer del valle primaveral.
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Por esta época, las cúspides del páramo Las Moyas y el valle Teusacá están despejados, ha disminuido el smog que arroja la ciudad sobre los cerros magistrales de oriente. Es julio, quinto mes de reducción notoria de actividades industriales a raíz de la pandemia por el Covid-19, que, pese a las circunstancias, ha generado un ambiente más limpio y un nutrido avistamiento de especies que habitan la cuenca del Teusacá en La Calera.
Allí, el escenario de este relato, la variabilidad climática y paisajística es sorprendente. Al amanecer nublado con frías lloviznas que emana efluvios y humedad del suelo -impregnados con el vaho del ordeño, el aroma de la flora silvestre, la leña y las hierbas caceras conque las campesinas preparan alimentos-, le sucede una fuerte resolana, mientras bullen insectos, cantan los gallos, corean los pájaros, relinchan las bestias, ladran los perros, maúllan los gatos, mugen las reses y balan las ovejas.
Al mediodía, generalmente y cuando no llueve, el sol abraza los rostros rojizos del campesino local y quema la piel delicada del citadino que ha llegado a vivir allí y apenas conoce especies nativas como la comadreja y la lechuza. Reina un silencio gratificante. El panorama es frugal: una sucesión infinita de cumbres y bosques nativos, altiplanicies exuberantes de labranza y pastizales, gracias a las lluvias constantes que conservan el terreno húmedo.
Por las hondonadas reverdecientes descienden vertiginosas y diáfanas fuentes que, en hilos delgados forman las quebradas que abastecen, en diferentes puntos veredales, el cauce del río Teusacá: símbolo íntegro, en su denominación y ordenamiento territorial, de la memoria indígena del entorno magnificente.
A media tarde, el viento ondea suave, mezclando la fragancia seductora de la vegetación con el fermento pútrido de rastrojos, pantanos y el sudor agrio del campesino que labra y cultiva la tierra. Aumenta en murmullo y velocidad a medida que envuelve las pequeñas cumbres y faldas bajas del noroccidente de la vereda El Hato (La Calera) y sube raudo el valle hasta Las Moyas, al nororiente capitalino.
En aquellas aguas cristalinas, sanadoras, purgaban sus pesares los indígenas y ofrendaban frutos agrícolas, chicha y tunjos de oro a la Fuente inmaculada del manantial, donde se bañaba Sie: la Diosa Muisca de las aguas.
En el punto donde nace la Fuente de este relato: la quebrada La Piña (afluente del Teusacá) los chusques, encenillos, alisos, mortiños, siete cueros, laureles y frailejones, entre otros árboles nativos danzan sublimes; una coreografía magistral del viento para los movimientos escénicos del baile ceremonial del Teusacá, nombre muisca del río que nace en la vereda El Verjón (Bogotá), y desemboca al río Bogotá en el municipio de Sopó, como subcuenca del ordenamiento ecológico principal de la ciudad.
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Al atardecer de aquel día la caravana de atletas muiscas se observaba a distancia.
La Cacica Teusacá, ataviada para la ocasión, estrenaba una corona de plumas que hormaba impecable sobre su cabellera azabache, trenzada, de abultado grosor que medía casi medio metro de larga; lucía una manta magníficamente blanca e ilustrada con bordados artísticos en hilos rojos, opacos, resultante del pigmento de los líquenes usados para tinturar prendas y grabar las piedras con jeroglíficos, una enseñanza del sabio Bochica. Del cuello le pendía un collar de piedras preciosas: jades, cuarzos esmeraldas, y varias colleras delgadas hechas con semillas, piedras opalinas y dientes de venado, ardillas y pumas.
No menos vistosos eran los atuendos y joyas de tumbago que portaban los Jeques, Chyquys y Güechas que en el cerro ceremonial esperaban a los aguerridos atletas, competidores de aquella carrera ancestral.
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Un entramado de cuevas, rebalses y cascadas pequeñas, grumosas, componen el hábitat de las fuentes del valle Teusacá y Las Moyas, donde los ancestros, según la memoria indígena muisca, se convirtieron en piedras y cerros tutelares del territorio o Mojanes que, en pareja, representan la complementariedad y dualidad existencial: dioses – diosas creadores, luz – oscuridad, fuego – agua, calor – frío, sol – luna, hombre – mujer…
Casi invisibles en el monte, a orillas de la carretera, se desprenden senderos que conducen a la fuente; quien pase desapercibido por la vía no los verá, ni siquiera imaginará que existe aquel edén. Además, hay redes sólidas que custodian las entradas del lugar: telarañas que te frenan en seco si no las observas y les pides permiso para entrar a aquel reservorio, casi inexplorable, ubicado a unos trescientos metros del camino principal.
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Con los últimos rayos dorados del sol, aquella vez, los corredores alcanzaban la cumbre, donde les esperaban centenares de observadores muiscas, cerca al Chunsua astronómico del Cerro Las Moyas, rodeado de grandes piedras, donde se hacía una estación en la competencia de correr la tierra para venerar aquella Madre que con su seno amamantaba a sus hijos.
Cuando los corredores fueron divisados, la Cacica Teusacá ordenó tocar el cuerno del venado -instrumento ancestral de comunicación-, los fotutos, ocarinas, tambores y flautas que estremecieron la colina. En el Bohío los atletas besaban la tierra y adoraban al valle sagrado que los acogía; con la jícara a dos manos derramaban la espuma de chicha fermentada y bebían clamorosos el néctar de las múcuras desbordantes.
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Las cuevas, que parecen acantilados oceánicos, tienen varios orificios de entrada y salida cuya presencia es advertida por la sonoridad excéntrica e ininterrumpida del agua que emerge a borbollones de la fuente, que antes de descender al valle hace un pozo profundo con lama esmeraldina al fondo, rodeado de enormes rocas cubiertas de musgos, algas y helechos reverdecientes. Alrededor, sobresalen densos matorrales de zarza, vira -vira (planta curativa), chusques, gaques, tagua y la uva camarona, entre otras, que junto a las compactas telarañas protegen los nacederos de agua en Las Moyas y los afluentes del Teusacá.
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Sie recibía gratamente los tunjos de oro ofrendados por los muiscas -quienes se consideraban hijos del agua- en Las Moyas y Teusacá, territorio que conectaba con los llanos orientales, donde los chibchas hacían truques con otros pueblos.
Allí reposarían los atletas, para retomar el recorrido al día siguiente en el mismo orden y con las mismas distancias con que habían arribado al Cercado de Teusacá, donde los anfitriones amenizarían la velada. Las furas (mujeres) muiscas habían preparado masas asadas de maíz, sudado de quinua con papas, ahuyama y fríjoles; carne de venado ahumada y salada, boruga, pavas y patos, sazonadas con especias y ají, avivando el apetito de los huéspedes que se reconfortarían con aquel preparativo especial.
En la noche hubo baile y bebida abundante. Muchos durmieron en el bohío, al calor del fuego, extenuados por el cansancio de la carrera y la borrachera que les produjo la chicha y algunos hongos consumidos.
Pero antes del amanecer la Cacica Teusacá, que apenas despabilaba del jolgorio para arbitrar la partida de los atletas, tuvo una visión estremecedora: hombres barbados con instrumentos que arrojaban llamas y estruendos ensordecedores prendían fuego a los bohíos y cultivos. Los foráneos reducían a los muiscas, esclavizándoles en las encomiendas, imponiéndoles una nueva religión y llevándolos forzosamente al cacicazgo vecino de Usaquén para borrar su memoria de allí, y quedarse con sus tierras. Al final de la visión la cacica veía el valle Teusacá convertido en edificios ostentosos y de arquitectura desconocida para ella.
Dicen que aquella premonición se cumplió y que fue una maldición divina contra ‘ese pueblo infortunado, que no hubo quien lo protegiera del invasor; su arte, sus nociones científicas y su espiritualidad naufragarían con la conquista’, señala contundente Miguel Triana, quien se propuso mediante sus investigaciones reivindicar la historia malcontada sobre los muiscas.
El problema
Está clarísimo que hemos tomado un camino peligroso… (Rachel Carson, primavera silenciosa, 1960)
Vinieron y llevaron de las tierras ‘descubiertas’ al ‘viejo mundo’ cargamentos de oro, esmeraldas, plata… como tributos para su rey. Entonces los de acá dijeron que los venidos eran ladronzuelos, infractores o criminales liberados de cárceles españolas, la escoria social de allá… Los tíos se molestaron con esos ‘chismes’ y dijeron que ellos eran la nata de aquella sociedad monárquica: capitanes, sacerdotes, abogados, escribientes… y continuó aquel rife rafe historiográfico. Los de allá dicen que los de acá, los vencidos, contaron su versión para vengarse de quienes vinieron; los de aquí dicen que lo que contaron los extranjeros sobre los de acá fueron imprecisiones, ‘crónicas vagas que tergiversaron lo que fueron los pueblos conquistados’, corrobora Triana.
Según Pedro Ibáñez (Crónicas de Bogotá, Tomo-I), con la conquista los indígenas muiscas fueron sometidos a merced de la Corona española, dominados por las armas, privados de sus poderes, excluidos de sus santuarios religiosos, y compelidos a la servidumbre industrial para enriquecer a los conquistadores.
Algunos historiadores plantean como fecha aproximada el año 1597, cuando se empezó a reconfigurar el orden social y territorial de la sociedad colombiana, mediante los procesos de formación colonial y republicano, en los cuales se sumergió el pueblo muisca, pero sin extinguirse, culturalmente:
“… no fue que el indígena despareciera en aquella época y apareciera en el siglo XX; los muiscas permanecimos en nuestros territorios, pero fuimos invisibilizados y se quiso borrar nuestra memoria… Lo que si ayudó a transformar nuestra identidad cultural como Muiscas fue la transformación del territorio, que, de un orden especial del agua, espiritual y familiar, se transformó en figuras como las mitas, encomiendas y resguardos
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En singular hilera los Frailejones inundan el páramo de flores de oro. Abajo, en el valle, las gotitas de agua se prenden de la atractiva Dedalera (flor violeta) y se compenetran, entre sí, amorosamente. El panorama ofrece avistamientos de turpiales, águilas, pavas andinas, gavilanes, colibríes y copetones, entre otros pájaros multicolores, enjambres de abejas, avispas, hormigas y variadas mariposas. La mayoría de estas especies dispersan las semillas por el territorio, garantizando la prolongación regenerativa del bosque nativo.
Las comunidades raizales cuidan los frailejones, los matorrales y pantanos que quedan, pues estos son reservorios y proveedores de agua de la cual se alimentan, ya que los acueductos veredales surten el sagrado líquido a la población a través de bocatomas y mangueras.
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Despertaban a medianoche, tomaban aguapanela con cuajada y arepa, enjalmaban y cargaban las bestias, y cogían el camino de El Hato a Bogotá, iluminado con el fulgor de la luna sobre el valle, llevando leña y productos agrícolas que vendían en mercados y casas de barrios como Las Ferias. Eran los años 90 del siglo pasado, rememora Alcides Rivera – campesino octogenario de la vereda- mientras subimos a Las Moyas por aquel camino de herradura que tanta recordación le trae, treinta años después de hacer este recorrido con otros campesinos y quince mulas cargadas.
Para esa época, según varios habitantes de la vereda El Hato, ya se expandía la ‘urbanización rural’, un proceso que se dio paralelo a la llegada de asentamientos urbanos al sector oriental de Las Moyas en Bogotá, por los años 60 del siglo pasado; el paraíso soñado Teusacá atrajo cientos de almas penosas provenientes del purgatorio de cemento urbano.
‘Los poderosos’, como llaman los campesinos a los dueños de condominios, le compraron tierras al habitante raizal, a muy bajos precios, para construir sus mansiones, pues vieron allí la fuente de su fortuna inmobiliaria…; “ese es el problema”, expresa el patriarca de la tradicional familia Rivera, mientras tercia su ruana, se acomoda el pelo guama, se apoya en la Piedra Ballena -gigante rocoso de Las Moyas- e indica con su bordón el ‘mostro despampanante’ de ciudad: Bogotá.
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El páramo Las Moyas, hasta donde llega el valle Teusacá, corresponde a los cerros orientales de Bogotá (cadena montañosa en la cordillera Oriental colombiana – zona central), siendo un santuario muisca de ordenamiento territorial e hídrico, donde se restablecía el equilibrio con el cerebro:
Allí está la corona, gobierno espiritual; punto energético de alta pureza o geografía sagrada del territorio, donde se preparaban los Chyquys- sacerdotes muiscas (hombres y mujeres), y se hacían pagamentos para ordenar las emociones y cuidar la semilla del nuevo amanecer, según el Jate (sabedor) Kulchavita Bouñe.
Según la Secretaría Distrital de Ambiente (SDA) -en su Libro: “Así se viven los Cerros, experiencias de habitabilidad sostenible”, 2015-, Las Moyas es el principal corredor ecológico y ecosistema estratégico de Bogotá, pues ofrece gran diversidad biológica y cultural, cumple funciones ecológicas de conexión entre ecosistemas de alta montaña (complejos de páramos Guerrero, Chingaza y Sumapaz), además de ser barrera geográfica y zona de recarga de acuíferos, por su formación vegetal de bosque altoandino, subpáramo y páramo. El área de 13.224 hectáreas aprox., está protegida dentro de la Reserva Forestal Protectora Bosque Oriental de Bogotá (Resolución 076/1977, Inderena).
Por otra parte, Ramón-Eduardo Gutiérrez, ambientalista de la Alianza Popular del agua por La Calera, señaló durante un conversatorio sobre el manejo del agua realizado el pasado 01 de agosto, que por el municipio transcurre el sistema Chingaza que toma el agua de la cuenca del Orinoco mediante el embalse Chuza y el subsistema del río Blanco, trasvasándolo a la cuenca del Magdalena y reuniendo estas aguas con las del Teusacá en el embalse San Rafael, proporcionando el 80% del agua potable a Bogotá. De estas mismas fuentes se abastece a la población caleruna con sus 28 acueductos veredales y el Acueducto Progresar que suministra el líquido a 6.500 familias de La Calera, Guasca, Sopo y Chía, municipios beneficiarios de la Cuenca Teusacá.
En la cuenca Teusaca se registran 569 especies: 221 de flora, 179 de insectos, 98 de aves, 46 de hongos, ocho de moluscos, seis de reptiles, dos de anfibios y nueve de mamíferos como el guache (coatí), el venado y el oso anteojos. Este inventario, parcial, fue posible gracias al Monitoreo participativo de la biodiversidad, Programa Gran Cuenca Teusacá del Acueducto Progresar, que involucra comunidades rurales en el cuidado del río y la protección de la diversidad biológica del territorio (Boletín 07-2020 -Acueducto Progresar)[1].
Y entonces, ¿cuál es el problema que refiere Rivera?
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Hacía los años 60 del siglo pasado, comenzaron a poblarse las laderas de Las Moyas cuando muchos campesinos, desplazados por la violencia, arribaron allí buscando una vivienda digna y un sustento. A ello contribuyó la apertura de la carretera Bogotá – La Calera, el auge minero y la fábrica de cementos Samper. En menos de treinta años el sector, especialmente el páramo Laureles (kilómetros 4 a 7, Bogotá – Patios) se transformó en unos 17 barrios urbanos, declarados inicialmente ilegales por invasión. En comienzo esta historia fue legendaria. Campesinos tumbando monte para construir sus ranchos, mujeres con sus críos a la espalda lavando en las quebradas, sobreviviendo de la chagra, tratando sus enfermedades y partos con plantas medicinales a falta de servicios de salud; líderes cívicos gestionando servicios públicos; y la conformación del acueducto comunitario Acualcos, gracias al liderazgo de las Juntas de Acción Comunal.
A partir de los años 90 se aceleró el crecimiento poblacional y, por ende, la presión urbana y agrícola sobre territorios correspondientes a Las Moyas, tanto del lado bogotano como de La Calera, al punto que hoy Las Moyas son apenas pequeños parches de vegetación, en comparación con su cobertura original, indica la SDA; la entidad asegura que, el crecimiento de la ciudad continúa con grandes condominios y cabañas lujosas para presionar el hábitat rural cordillerano.
Lo mismo ocurre también en el valle Teusacá, allí se han desarrollado proyectos urbanísticos como Arboreto, Carulla, Sikasue, Rincón de Teusacá, Bosques del Encenillo y Piedra Iglesias, en las veredas de Patios, El Líbano y El Hato, solo por nombrar algunos.
A lo anterior, se suma la falta de una normatividad clara que ponga freno a los intereses desmedidos del sector inmobiliario, así como la corrupción política que favorece a grandes constructores otorgándoles concesiones para construir condominios de estrato alto, incluso en zonas de reserva donde nacen fuentes de agua o en las rondas del río y las quebradas. Mientras tanto, sancionan drásticamente al campesino originario por hacer uso del suelo, agravando más la actual crisis ambiental, así lo explican Selene Lozano Sotelo, antropóloga y gestora cultural y artística de Casa Los Colores, y la concejala de La Calera Luisa Fernanda Camacho.
La concejala Luisa indica, además, que algunas de estas ‘invasiones’ en áreas de reserva se han hecho sigilosamente y sin una regulación normativa adecuada que evite construir en las rondas de las quebradas y proteja el ecosistema.
Este limbo normativo se refleja en el estado actual del Plan de Ordenamiento Territorial del municipio La Calera, ajustado en 2010 (Acuerdo 011 -Concejo municipal). En su Artículo 24 este POT delimitaba las zonas de subpáramo y páramo a partir de 3.200 msnm, y un margen de protección a las rondas hídricas de 30 metros, para ‘blindar’ áreas de importancia ecológica para la preservación y recuperación de los recursos naturales, especialmente los nacimientos de aguas y zonas de recarga de acuíferos. El Artículo fue demandado en 2011 por el Grupo de Acciones Públicas (Consultorio Jurídico -Universidad El Rosario), pues no favorecía la protección del ecosistema y, además no correspondía a la Alcaldía local delimitar el área de páramo, sino a la Corporación Autónoma, en este caso a la CAR- Cundinamarca. A raíz de esta demanda, en el año 2016, el Tribunal Administrativo de Cundinamarca ordenó suspender ese Artículo del POT. Lo anterior si bien invalidó la norma que permitía construir en zonas bajas de reserva, tampoco hay de dónde cogerse para evitar la presión inmobiliaria, hasta actualizar el POT o hacer uno nuevo, expone Camacho.
Además del entramado jurídico, la diferencia entre condominios y la arquitectura campesina es abismal, y rompe la estética paisajística. Los nuevos propietarios han traído de la ciudad al valle sus miedos de inseguridad y ponen cercas y portones gigantes que encierran sus predios y aíslan a los campesinos raizales.
Debido al crecimiento poblacional, urbano y rural, el proceso de captación y distribución de agua se ha visto gravemente afectado, pues si bien las Moyas es una fábrica natural de agua, el uso del suelo hacía debajo de los cerros y la presión urbana sobre la montaña hace que el agua se profundice y se agote, afirma Tivisay Hernández, gestora social de Acualcos (Video: Fabrica de agua en la montaña, junio-2020).
Lo anterior, según la antropóloga Selene, denota la ausencia de articulación interinstitucional entre Bogotá y La Calera; y la falta de gobernabilidad, pues no hay una política pública clara de protección al ecosistema atravesado por la cuenca Teusacá y la estrella hídrica de Las Moyas.
Al respecto la administración local La Calera señala, que el manejo del agua en el municipio se orienta a la protección, conservación y ampliación de áreas de interés ambiental hídrico, incentivos a la conservación y recuperación de cuencas, en concordancia con la Política Nacional para la gestión integral del recurso hídrico, y en articulación con la CAR y con los acueductos veredales, fortaleciendo sus capacidades para garantizar la oferta, disponibilidad y buen uso del agua y su hábitat.
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En agosto no llegó el viento acostumbrado al Teusacá. Una manta blanca impecable de niebla recubre, majestuosamente, las cúspides de Las Moyas y el valle. Dicen los campesinos que la señora (montaña) se puso naguas; “el cerro, sumercé, se puso ruana y sombrero…”, acotan las campesinas.
En la mitología ancestral de Bakatá los cerros nublados que lucen como copos de lana escarmenados son los mojanes, ordenadores del ciclo del agua: su evaporización mediante el calor solar, la formación de las nubes, el tránsito al mar gracias a la fuerza del viento, su enfriamiento en la tierra, la lluvia…
Según una investigación de Leonardo Ayala, artista plástico raizal, coordinador del colectivo: EcoSentir (Libro: “Remembranza Nativa Mhuysca en Tunjaque y Suaque, Alc. La Calera – EcoSentir, 2019), Tunjaque, por ejemplo, fue un Cercado Muisca, ubicado en lo que hoy son las veredas Quizquiza y Jerusalén de La Calera. Allí se erige portentosa la Peña Tunjaque, los actuales campesinos cuentan que este cerro es un ancestro convertido en Mojan, guardián del territorio, así como el “Alto del Mohán”, ubicado entre Tunjaque y Cerro Verde, donde los antepasados Muiscas hacían pagamentos, al albor de su desarrollo artístico, cultural y filosófico, antes de ser sometidos por los conquistadores españoles.
La transición del ordenamiento ancestral del territorio a una ruralidad contemporánea con visión cosmopolita, conlleva a un desplazamiento silencioso de campesinos, concuerdan Selene y Leonardo. Los dos son portadores de un conocimiento aprendido en un proceso de recorrer, oír, sentir y entender el territorio, sin embargo, admiten que a la hora de entender la problemática social no es fácil. Este último aspecto, se refleja, por ejemplo, en el proyecto de adecuación hidráulica del río Teusacá, sector peaje La Cabaña, que, según la Corporación Autónoma Regional de Cundinamarca, CAR, intervendrá 11.7 kilómetros para mejorar las condiciones hidráulicas del cauce, limpiar los sedimentos y evitar inundaciones.
Pero, para algunos involucrados como la Alianza por el Agua y, entre otros, la concejala Luisa el proyecto genera impactos ambientales como la destrucción de microrganismos y especies que cumplen funciones ecosistémicas. Denuncian que, siendo el río un recurso de interés público, la CAR no socializó el proyecto con la comunidad ni la estrategia de restauración del ecosistema que será afectado, y no ha dado a conocer los estudios técnicos ni el Plan de Manejo Ambiental correspondiente. Un sector de la población caleruna, opuesta al proyecto, le solicitó a la alcaldía, en Sesión del Concejo municipal (el pasado 10 de agosto) suspender la adecuación, pues no corresponde a una visión sostenible. Allí, el alcalde Cenén Escobar manifestó que la alcaldía de La Calera no es competente, pues esta es una licitación pública que adjudicó la CAR, y que la adecuación del río evitará desbordamientos por lluvias, dando así su aprobación a la obra en contravía del clamor de algunos participantes, quienes le recordaron al mandatario su obligación de proteger la cuenca Teusacá, y que no actuará como “socio” de la CAR.
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Como mecanismo de protección de Las Moyas y la Cuenca del Teusacá, diversos sectores y organizaciones rurales y ambientales, como las que coordinan Selene y Leonardo proponen declarar este territorio como un Patrimonio Cultural y Ambiental. “El camino del agua nos llama al despertar”, manifiesta Selene Lozano, mientras cuenta que según sabedores muiscas y Mamos Kogui: Las Moyas son como el seno de la Madre, una gran laguna subterránea que emana abundante agua para amamantar de manera directa a 20 mil personas bogotanas y calerunas, y de manera indirecta a la región central y al país, pues las aguas que brotan del seno generoso tomando sendas diferentes se encuentran de nuevo al desembocar al Teusacá, se unen al río Bogotá, el cual a su vez desemboca al Yuma (Magdalena)…: “una metáfora preciosa de la vida”, concluye.
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Nota: la investigación para esta crónica se realizó durante los meses de mayo a agosto de 2020 y se terminó de escribir el 23 de agosto, fecha en que fue presentada a la convocatoria referida.
[1] Estos datos corresponden a agosto de 2020, fecha de inscribirse esta crónica para concurso, sin embargo, a la fecha (febrero 2021), según cifras del Acueducto Progresar, arroja los siguientes datos: 260 especies de flora; 183 de insectos;12 especies de aves; hongos 65 especies; ocho de moluscos, seis de reptiles, dos de anfibios; y once especies de mamíferos para un total de 647 especies, que enriquecen a la biodiversidad de la Cuenca Teusacá.