La minga Bakatá y la encrucijada de dos mil desplazados
agosto 4, 2022Un Festín Cultural y Musical en el Congreso Nacional Gastronómico
septiembre 11, 2023Tras los recientes asesinatos de dos líderes campesinos las comunidades Sumapaceñas dignas y valientes se movilizan exigiendo justicia, paz, reparación integral y garantía de sus derechos fundamentales y territoriales. Sobrevivientes a un exterminio estatal sistemático en su contra han defendido sus tierras tan mágicas y admirables como su historia y sus luchas por pervivir en el gran Páramo, donde la diosa niebla protege y envuelve con su blanquísima Ruana a las montañas y pastizales, a los valles y planadas, a los matorrales y cultivos.
En esta crónica se aborda una hebra histórica del gran páramo Sumapaz y las comunidades campesinas que han cohabitado con su ambiente.
¡La tierra como fuente de vida, no como bien rentable y víctima de agresión!
Sobre las seis de la tarde del pasado sábado 17 de junio pasábamos la Laguna de Chisacá que parecía un manto celeste sobre una mágica hondonada, arriba las montañas encapotadas de una niebla clarísima y agitada movida por un viento misterioso, sacudiendo los frailejones y arbustos, y regocijando el atardecer del territorio Sumapaceño, cuna de la organización y la resistencia pacífica campesina, donde el silencio mágico del campo y el estruendo pavoroso de la guerra fueron polos opuestos durante décadas.
Regresábamos a Bogotá conmocionados tras el “Llamamiento por la vida, la paz y la defensa del territorio”, una justa reclamación por el respeto a la vida y permanencia en sus territorios por parte de un campesinado que se ha afiazado en procesos organizativos agrarios, populares y comunales al cual acompañan y convergen sectores socio culturales, ambientales, entidades del gobierno del Cambio, y entre otros, comunicadores comunitarios y alternativos.
Apenas nos alcanzó el día para viajar en bus unas cuatro horas y asistir a la Movilización en Defensa de la Vida, la Paz y el Territorio Sumapaceño, realizada en San Juan del Sumapaz y organizada por la campesinidad de esta localidad bogotana, pero que pareciera tan lejana a la ciudad como la enorme distancia de la Administración Distrital hacia sus comunidades.
Según la Comisión de la Verdad (2022) la localidad 20 de Sumapaz no aparece en los mapas oficiales, aunque lleve ese nombre y ocupe el 40% de extensión del Distrito Capital; no figura a la hora de salvaguardar su territorio, reconocer la cultura y garantizar los derechos de su gente campesina, pero sí ante la visión rentable de las entidades y empresas que se abalanzan rapaces sobre el Páramo tras un jugosísimo negocio, pues el Sumapaz es una de las fuentes de agua más grande de Colombia. Nuestro paso por el Lago Chisacá, punto sagrado ritual de conexión espiritual y mitológico, evidenciaba esa riqueza hídrica, pues: “esta es apenas una de las ochenta lagunas que conozco dentro del páramo”, nos contó Leopoldo Arias, un líder campesino de la vereda Las Sopas, una de las 28 que conforman el terreno Sumapaceño que le corresponde a Bogotá, según su ordenamiento o desordenamiento jurídico institucional.
Pero el Sumapaz va más allá de la delimitación geográfica, en su ecosistema y poblamiento. Osman Díaz Bustos del Fondo de Programas para la Paz del actual Gobierno, y miembro de la comunidad Mhūysca Usuame Quirasagua y Sunapa -Uquisuanapa, explicó que las aguas del Sumapaz trasvasan al río Magdalena a través del río Sumapaz y el Tunjuelo, y a la Cuenca del Orinoco mediante el río Guayuriba, el cual, a su vez, recibe caudal de los ríos Blanco de Sumapaz y río Negro de Chingaza, una conexión hídrica tejida en torno al Sumapaz, “cuna que vio nacer el movimiento campesino y su lucha agraria popular”, dice Osman al explicar que esta red territorial comprende desde Usme, las veredas del páramo hasta el Duda y la región tolimense de Icononzo y Villarrica, y los municipios cundinamarqueses de Granada, Fusagasugá, Silvania, Tibacuy, Pandi, Arbeláez, Cabrera, Venecia, San Bernardo y Pasca.
Más amplia esta demarcación, según el Instituto Humboldt y la Uniexternado (2015), abarca unas 333.000 hectáreas del Complejo de páramos Cruz Verde-Sumapaz en la Cordillera Oriental colombiana, al sur de Bogotá, entre los departamentos Cundinamarca, Meta y Huila. Ecosistémicamente Sumapaz, según la caracterización de estas entidades, “pertenece a los oribiomas andino, altoandino y páramo con 22 ecosistemas naturales distintos entre bosques, vegetación de páramo y subpáramo, desde condiciones secas hasta pluviales en montañas, unas 142.000 hectáreas de reserva bajo la figura de Parque Nacional Natural de Sumapaz.
Diversos estudios ambientales como el de Nubia Bayona (2013) caracterizan los ecosistemas de páramo por sus fuertes corrientes de aire, bajas temperaturas, granizo y nevadas constantes lo que permite que se desarrollen variadas especies vegetales con coberturas de pajonales de unas 35.928 hectáreas, frailejones unas 25.017 hectáreas, y unas 5.402 Ha de bosque natural.
Pero a los ojos de los campesinos locales, estas condiciones han cambiado notablemente por diferentes factores climáticos o por la intervención y contaminación humana, y cuyos actores que propician estas alteraciones son, en su mayoría, externos al territorio tales como turistas, empresarios y militares. Al respecto Leopoldo Arias, recuerda cómo se vivía tranquilo con la agricultura y la ganadería, antes de la guerra y antes de las afectaciones al páramo, cuando todavía había abundantes y entrañables nevados, que hoy no existen, cuando de verdad hacía frío y se sentía, hoy apenas son brisas suaves y hay muy poca nieve, se lamenta el campesino.
La gente Sumapaceña sí que sabe respetar al páramo y vivir en él de acuerdo al orden natural para evitar su furia y que cauce desastres ecológicos, saben predecir algunos fenómenos del clima y controlarlos como las heladas que destruyen cultivos, pero otros como las granizadas, los ventarrones y el frío excesivo que entumece el cuerpo humano los reciben como estados y manifestaciones naturales del páramo, “los abuelos dicen que las nevadas y heladas llegan porque los animales las piden y necesitan; el venado soche y el oso las llaman. Cuando vemos águilas volando entre veredas, uno sabe que arriba el páramo está emberracado, y ellas bajan a cuidarse pa no engarrotarse”, señala una memoria escrita por el Sindicato de Trabajadores Agrícolas de Sumapaz, Sintrapaz.
Durante el recorrido don Leopoldo Arias nos dice que ese conocimiento se aprende viviendo en el territorio: “andándonoslo, reconociéndolo y conociendo sus tierras, sus climas, su fauna, su vegetación y su funcionamiento ambiental”, y advierte que quien viene de afuera, en su mayoría, ni se imagina ni sabe cómo es la vida en el Sumapaz. Esa sabiduría campesina y esa relación grata casi sacra con su páramo están palpables en su cotidianidad y en la historia de su poblamiento. Ancestralmente, siguiendo el estudio del Humboldt y Uniexternado (2015), el páramo y sus alrededores bajos fueron habitados por grupos indígenas Muiscas, Panches, Pijaos, Guayupes, Teguas, Saliba y Achaguas; en la contemporaneidad, con la colonización española se conformaron resguardos, cantones o caseríos en Pasca y Une.
El auge poblacional de la región se expande entre 1537 y 1793, periodo en el cual se fundan otros poblados como Pandi, Choachí, Tibacuy (Uzatama) y Usme, que fueron experimentos jurídicos administrativos y territoriales determinados por la cantidad de población y su papel económico y político. Desde comienzos del siglo pasado y casi hasta mediados del mismo, el Sumapaz fue zona de preeminencia colonizadora, programa de expansión y poblamiento auspiciado por el Estado, priorizando el acceso y titulación de tierras a hacendados. Aunque simultáneamente, según la Comisión de la Verdad en 1910 inició un proceso de organización y de movilización campesina que hoy aún no ha concluido, reclamando el derecho a la tierra para el que la trabaja, expandiéndose, bajando de la montaña por sus diferentes vertientes y llegando a las antiguas haciendas cafeteras.
Durante las primeras décadas del siglo veinte tanto en Sumapaz, como en muchas zonas del país, la hacienda era la principal forma de tenencia de tierra; según testimonios campesinos y documentos escritos, el amplio territorio de Sumpaz, literalmente, estaba dominado por dos grandes haciendas. La de Sumapaz propiedad de la familia Pardo Roche, con una extensión aproximada de 30.000 hectáreas y comprendía lo que hoy son las veredas: Las Ánimas, Santa Rosa, Las Sopas, El Raizal, Nazareth, San Juan, Los Alpes, Las Vegas, Las Chorreras, Pueblo Viejo, Punchica, El Tunal, El Degolladero y El Salitre, abarcando hasta la cabecera municipal de Cabrera y el norte del municipio de Colombia – Huila, una franja en el oriente del Tolima y otra del piedemonte llanero en el Meta. La segunda legendaria hacienda era la de El Hato, propiedad de Alfredo Rubiano, ubicada en el valle del río Tunjuelo de unas 12.500 hectáreas, desde el páramo Curubital al sur de Bogotá, el resguardo indígena de Pasca y terrenos de Santa Rosa, Nazareth y Las Ánimas.
Las principales actividades económicas de estas haciendas del Sumapaz y oriente del Tolima, eran la ganadería y el cultivo de papa, principalmente, actividades realizadas por familias campesinas vinculadas como arrendatarios, aparceros o jornaleros ocasionales, sometidos al trabajo en condiciones inhumanas de esclavitud, como lo han documentado historiadores y estudiosos agrarios; los campesinos eran sometidos a torturas y flagelaciones, y las mujeres eran víctimas de violencia física y sexual por parte de capataces y hacendados, quienes para cometer tales infracciones contaban con complicidad de las autoridades locales (policivas, judiciales y administrativas). Pero estas situaciones fueron también la chispa inicial para que la población Sumapaceña denunciará los atropellos ante oídos sordos (claro está) y empezara organizarse y a rebelarse contra el régimen opresor hacendatario y gubernamental.
Según el historiador Carlos Morales (2003), por ejemplo, los grandes hacendados explotaban y dominaban a familias campesinas, sin propiedad, quienes pa poder ocupar esta porción de tierra eran obligados a llevar a cabo jornadas de trabajo sin pago, las cuales podían ser de tres o cuatro días a la semana; los hacendados creaban leyes a su acomodo y disponían ejércitos privados para reprimir y controlar a sus trabajadores, aplicando castigos como privación de la libertad, el cepo, latigazos y sometimiento y violación sexual a las mujeres campesinas.
Siguiendo este historiador, como recurso de legitimación de estas denuncias, los campesinos utilizaron a su favor el Decreto 1110 de 1928 expedido por el gobierno nacional, en el cual se establecieron algunas zonas de reserva destinadas a la colonización. Los campesinos se enteraron de que muchos terrenos pertenecientes a las haciendas habían quedado dentro de estas zonas, lo cual demostraba que parte de las tierras que venían trabajando en beneficio de los hacendados habían sido usurpadas ilegalmente a la nación. Empiezan a surgir liderazgos campesinos como el de Erasmo Valencia y Juan de la Cruz Varela, quienes motivaron y acompañaron a los labriegos agrarios a ocupar terrenos baldíos, y a rebelarse contra la tiranía latifundista y a buscar la obtención de títulos de propiedad de la tierra.
Después de unas dos décadas de constantes acciones por parte del Movimiento Agrario de Sumapaz, los labriegos del Alto Sumapaz y del oriente del Tolima lograron la parcelación de la mayor parte de las haciendas. La hacienda Sumapaz fue vendida, entonces, al Estado en 1934 para la posterior adjudicación de parcelas a colonos, mientras que la hacienda El Hato fue parcelada en 1937 por autorización del Banco Central Hipotecario.
Pero a pesar de la parcelación de las haciendas y de la adjudicación de estas tierras a algunas familias campesinas en Sumapaz y el oriente del Tolima no cesaron las luchas por la vida y la permanencia en el territorio. Los conflictos por la tierra han sido una constante en la región Sumapaz, pues como planteó el sociólogo Orlando Fals Borda (2006), pocos aspectos de la vida tienen la importancia y el significado de aquellos que emergen de las relaciones humanas con la tierra, los orígenes de la sociedad hay que buscarlos en esta relación socio ecológica de la que surgen, a su vez, diferentes instituciones económicas, religiosas y políticas.
Durante este proceso de parcelación hacendataria y de conflicto rural alumbran y se cimentan las bases de emancipación y reivindicación del movimiento agrario Sumapaceño, aunque el camino por recorrer sería arduo y largo, aún. Además, durante la arremetida expansionista del desarrollo estatal, mediante apoyo a empresas privadas fueron arrasados bosques enteros de quina (caucho), tagua, henequén, balata, jengibre y muchas especies maderables, dejando al campesino en desventaja y en lamentable precariedad los suelos y recursos naturales.
Y aunque el gobierno colombiano, de entonces, reaccionó de manera tardía y contradictoria expidiendo la Ley 119 de 1919 que “protegía” los bosques y “prohibía” cultivar, sin embargo, explica Pablo Clavijo (2019), desde el siglo XIX y hasta la década de 1930 la región Sumapaz se configuró como centro económico nacional, en gran parte debido a la producción de café en zonas bajas y la producción de papa, la explotación de bosques como fuente de madera y ladrilleras, y la creciente ganadería extensiva en tierras altas.
Clavijo señala que, en paralelo al auge económico desarrollista el movimiento de los agrarios constituyó un proceso formativo de colectividad con amplia participación del campesinado para mantenerse a lo largo de los años en la región Sumapaz. La lucha Sumapaceña también llegaría a lo urbano; en Fusagasugá, por ejemplo, campesinos constituyeron barrios populares como el Popular Obrero y Pablo Bello en 1979, el Comuneros entre 1979 y 1982, y el Jaime Pardo Real en 1988, entre otros, estas acciones conjuntas a su vez les permitían fortalecer cuadros políticos y alcanzar curules en concejos municipales y asambleas departamentales, aunque, tristemente, casi todos asesinados durante el exterminio de la Unión Patriótica.
Militarización y estigmatización contra el campesinado del Sumapaz
Por las tierras Sumapaceñas ha luchado admirablemente su gente campesina, incluso muchos han ofrendado sus vidas por amar y defender su terruño, su cultura y dignidad agraria, pero a la par corrieron ríos de persecución y estigmatización en su contra, siendo relacionada con la expansión y consolidación del comunismo y con la guerrilla de las FARC-EP.
Pero su memoria más sentida, sobre la guerra, y sus más duras afectaciones comienzan, como casi en todo el país, con la época de la Violencia Política, a mediados del siglo pasado, cuando fue destruido uno de los poblados emblemáticos del Sumapaz: La Cuncia, un pueblo mucho más grande de lo que hoy son los caseríos San Juan o La Unión, esta es su historia plasmada en el Documento Sumapaz Zona de Reserva Campesina, elaborado por el sindicato Sintrapaz y la universidad El Rosario (2019):
En los años cincuenta del siglo pasado en esta zona se cultivaba trigo y cebada, había mucha prosperidad. Se hacían unas ferias grandísimas: venían mercaderes de Pasca, de Fusa, de San Bernardo y Villeta a comprar papa y trigo o intercambiar productos.
Aquí había una iglesia, un comando de policía, un Sacatín (punto para destilar trago) de donde sacaban chirrinchi, una casa cural, casas de dos pisos embalconadas y una plaza de toros. El pueblo era como un gran cuadrado con un quiosco al centro que tenía los almacenes de ropa, los restaurantes y las fondas.
La policía de ese entonces era goda y mala y perseguía mucho al campesinado. Pero los campesinos se habían organizado con ayuda de Juan de la Cruz Varela y muchos se habían armado…
Al pueblo lo quemaron durante un combate, el tres de mayo del 53. El tiroteo comenzó como a las tres de la mañana. Los campesinos rodearon el pueblo para atacar el comando de policía. Y empezó esa plomacera. El combate fue a punta de fistos y duró tanto que la gente mandaba a los niños desde las fincas a que llevaran arepas y dulce para los campesinos que estaban atrincherados. Los policías estaban dominados y decidieron quemar el pueblo. Le prendieron candela a todo y mucha gente tuvo que salir corriendo. Hoy en día no ve nada de lo que era antes; ni siquiera quedan ruinas, sólo los muros del restaurante y la casa cural, pero sí muchos recuerdos. La mayoría de la gente se fue y nunca volvió. Hoy La Cuncia no es ni la sombra de lo que fue…
María Rodríguez (2018), del portal Pacifista, acota que, en 1953, las casas en las veredas fueron calcinadas y sus pobladores huyeron hacia el Alto Duda, cerca de la Uribe -Meta.
Desde allí comenzó la arremetida militar más álgida contra el campesinado, pero también su máximo nivel de organización y resistencia. SINTRAPAZ, por ejemplo, se consolidó neutral al movimiento armado y a la par de los conflictos agrarios frente al Estado y los procesos de negociación como la amnistía del gobierno de Gustavo Rojas Pinilla y las guerrillas del Alto Sumapaz en 1957, un referente histórico de las negociaciones de paz en Colombia.
Ya para entonces el carismático líder Juan de la Cruz Varela por su actividad política y por la persecución estatal en su contra se había visto forzado a tomar las armas para defender su vida y al campesinado; Varela participó de ese proceso de dejación de armas y emprendió de nuevo la organización colectiva agraria para defender la permanencia de los sumapaceños en el territorio, ante la continua presencia del Ejército y los hacendados que aún reclamaban la tierra como suya, para ello el gobierno y la Prensa colombiana azuzaban fuego contra el movimiento agrario emergente. Según Nubia Bayona (2013), el 29 de noviembre de 1961, el conservador Álvaro Gómez Hurtado señaló la existencia de repúblicas independientes como la del Sumapaz, que no reconocían la “soberanía” del Estado colombiano, poniendo así a los campesinos como “blanco militar” por su militancia comunista, y conllevó a una persecución estatal militar y casi al exterminio del campesinado Sumapaceño.
Es amplísima la historia y la documentación de casos de vulneración de derechos, masacres, asesinatos individuales, montajes judiciales y encarcelamiento y, entre otras situaciones, el desplazamiento forzado que se han cernido constante y sistemáticamente contra la población campesina Sumapaceña. Algunos testimonios dan cuenta de que los militares hacían capturas masivas y se llevaban para Bogotá camionadas de gente, donde los torturaban, bajo supuesto de ser “colaboradores” de la guerrilla. Se restringían remesas de alimentos y medicamentos para Sumapaz ‘para contener la guerrilla’, privando de alimento incluso al restaurante del colegio. También destruían libros y periódicos, siendo censurados, entre otros, el semanario Voz y cualquier documento que hiciera alusión al comunismo, muchas bibliotecas familiares se escondieron entre tierra y se pudrieron clásicos del pensamiento como Marx y los poemas de Brecht que se llenaron de moho en el monte.
La prensa comercial, que muchas veces se ha puesto del lado de los victimarios; también hizo eco de las estigmatizaciones militares y replicaba que líderes campesinos del Sumapaz eran cabecillas guerrilleras como ocurrió, por ejemplo, con Misael Baquero (El Tiempo, 31/07/93). Los militares, varias veces, allanaron la casa de Misael, lo torturaron a él y a su familia, fue encarcelado sin ser hallado culpable y estigmatizado como cabecilla de las FARC. Lo mismo ocurrió con otros dirigentes de Sintrapaz como Heriberto Poveda o Gerardo González, quien tuvo que exiliarse.
Algunos relatos escalofriantes dimensionan el terror a que fueron sometidas las comunidades campesinas, operaciones militares como Aniquilador todavía causan temor. Finalizando el siglo pasado y comenzando el actual milenio el escenario violento contra el campo y su gente se torna tan temerario que estas páginas no alcanzan para relatarlo, veamos un testimonio de esta memoria condensada en el informe de la Comisión de la Verdad (2022), caso Sumapaz:
El 17 de diciembre del 90 llega una arremetida militar al territorio con desembarco militar, ametrallamiento, bombardeos, detención de campesinos, torturas fortísimas y desplazamiento. El día del desembarco militar, fue algo realmente terrorífico.
Yo, por ejemplo, era muy joven, estaba ordeñando vacas con un sobrino, eran más o menos las siete de la mañana aproximadamente, cuando empezamos a escuchar los helicópteros y aviones de guerra. Nos daba mucho temor, los helicópteros pasaban bajitos por encima de donde estábamos; las vacas ni se pudieron ordeñar, se pusieron nerviosas, brincaban y no se dejaban, tuvimos que salir con la poquita leche que les sacamos e irnos pa la casa. Escuchábamos bombas hacia el Plan de Sumapaz, hacia las veredas Chorreras, Lagunitas; las comunidades estaban angustiadas. Decidimos en medio del susto reunirnos con otros campesinos que habitaban cerca, y salimos hacia el caserío de Santa Ana; ahí nos reunimos y al momentico empezó a llegar el Ejército, a todos nos encañonaron, nos requisaban, generando pánico a la población, nosotros como campesinos y organizaciones existentes no estábamos preparados para una situación de estas, no hubo tampoco la orientación adecuada hacia nuestros campesinos y cada quien salió en estampida.
A lo anterior se suma otro relato estremecedor: “la guerra se recrudeció y el verde mágico de las montañas se llenó de monstruos color olivo”, palabras de una madre, sobreviviente, María Belarmina “nuestro pecado era ser de la Unión Patriótica, pero todos sabemos que eso no es ningún delito”. De otra parte, entre 1998 y 2005, se dio el ingreso de grupos paramilitares a municipios como Silvania, Fusagasugá, Arbeláez y Pandi; estructuras del Bloque Centauros, del Bloque Capital, Bloque Tolima AUC y las Autodefensas Campesinas de Casanare ACC, conllevando a graves vulneraciones y afectaciones: montajes judiciales a líderes sociales bajo supuestos testimonios de desmovilizados, falsos positivos, torturas, extorción a pequeños agricultores y comerciantes, intimidación cotidiana como allanamiento a casas campesinas, violencia sexual etc.
Según la Comisión de la Verdad, la acción paramilitar en la región del Sumapaz dejaría unos 340 asesinatos, sin tener certeza estadística pues mucha gente también fue desaparecida.
Pero, además, la guerra dejaría una huella ecológica irreparable que afectaría al campesinado del Alto Sumapaz, afectaciones relacionadas a daños ambientales como destrucción de flora, caza y desplazamiento de fauna, contaminación de fuentes hídricas para el consumo humano, mala disposición de residuos, construcciones sin licencias ambientales o planes de manejo…
Consolidar un diálogo y una negociación que conduzca a la paz
Si bien con el avance de los procesos de reconciliación y con el actual Gobierno del Cambio se reconoce al campesino como sujeto de derechos, de reparación integral y no militarización al territorio, las comunidades Sumapaceñas señalan que al día de hoy, tras casi siete años de la firma del Acuerdo de Paz (2016) entre el gobierno colombiano y la FARC-EP, guerrilla desmovilizada, distintos actos de violencia vuelven a sacudir sus corazones y sus territorios, por lo cual se movilizan y levantan sus voces en búsqueda de justicia y verdad, haciendo un llamado al cese de acciones violentas y exigiendo una salida política negociada al conflicto en apoyo a la Paz Total del gobierno del Cambio.
Dos de estos hechos ocurrieron este año, el primero el 11 de abril con el asesinato de Carlos Julio Tautiva Cruz, un campesino de ruana y sombrero, un hombre que se dedicaba al campo a sus labores de agricultura y ganadería, enseñaba principios, se dedicaba a su familia a luchar por salir adelante, jugaba fútbol, tocaba guitarra, así recordó su hija Dayana Tautiva, durante su intervención en San Juan Sumapaz donde, después de la movilización agraria, se realizó un convite cultural de palabra y alimento, el pasado 17 de junio. La joven Dayana, respaldada por la campesinidad Sumapaceña y por las diferentes organizaciones y medios comunicativos que acompañamos, ese día, pidió justicia y esclarecimiento respecto al asesinato de su padre y que se dé la reparación integral para su pueblo campesino del Sumapaz, y conmovida invitó a sanar los corazones de envidias y rencores para evitar más violencia e impunidad.
El otro caso ocurrió el pasado 09 de junio en Bogotá, dos días después de una movilización ciudadana realizada en Colombia a favor del Gobierno del Cambio, cuando fue desaparecido y, posteriormente, hallado asesinado el líder Hernán Bello Romero, hijo del reconocido líder agrario y político sumapaceño Pedro Pablo Bello (quien fuera asesinado en 1978). Su familia agradeció la solidaridad y recordó al campesino en su diario vivir como un hombre dedicado al liderazgo y la lucha decidida en favor de la paz, la defensa del territorio y el bienestar de los Sumapaceños, y hoy, lamentablemente, víctima de la violencia.
De esta forma el campesinado Sumapaceño recordó y exigió que para que se garantice la paz es necesario la inversión social, el acceso a la infraestructura, el acceso a las tecnologías de la información y la educación, acceso a la educación superior; “debemos ordenarnos en torno al agua, protegerla de los proyectos mineros energéticos que pongan el riesgo este preciado liquido y la cultura de los campesinos que la hemos cuidado históricamente”.
En concordancia a lo anterior, el pasado 04 de febrero el actual gobierno del Cambio liderado por el presidente Gustavo Petro Urrego a través de la Agencia Nacional de Tierras entregó el título de Zona de Reserva Campesina al campesinado Sumapaceño, con base al ordenamiento territorial creada por la Ley en 1994 que busca fomentar la economía campesina, prevenir la concentración de la tierra, regular su ocupación y el aprovechamiento de sus recursos.
Para ello las comunidades campesinas del Páramo Sumapaz se han organizado en torno a sus formas consuetudinarias de vida agrícolas, artesanales, artísticas, entre otras, enseñándole y heredándole a sus hijos las tradiciones y valores ancestrales como la ganadería orientada a la producción de leche y procesado de lácteos, cría de especies menores como pollos y conejos, y técnicas de cultivos asociados de arveja, haba, fríjol, quinua, sagú y hortalizas siguiendo el enfoque agroecológico que apunta al mantenimiento y al cuidado de semillas nativas de papa -tocarreña, salentuna y corneta- y plantas medicinales -altamisa, chupa huevo, mano de león, hinojo… Nos enseñan que de la forma cómo se conciba y trabaje la tierra depende su cuidado, utilizan abonos e insumos orgánicos, arborizan las rondas de los ríos y las quebradas, cercan los nacederos y fuentes de agua que consideran sagradas porque paren el agua y la vida.
Así aseguran una alimentación sana y nutritiva, y protegen sus recursos. Han vuelto, también, al convite (en casos en que se habían dejado de hacer) como espacio de trabajo y solidaridad compartida, con que han fortalecido también su tejido social.
Con el proceso de transición agroecológica y fortalecimiento tradicional han procurado poco a poco conciliarse con la tierra ante los daños causados con la mal llamada Revolución Verde, “forma de cultivo en que se cambió el cariño por el páramo y nació uno de los enemigos más temidos por los campesinos, la dependencia a los agroquímicos, conocimientos y estrategias agrícolas desligadas de la historia y el sentir local”, como se lamentan los campesinos en sus memorias (Sintrapaz, 2019), pero satisfechos a su vez de los dones y aprendizajes del campo en cuanto al amor y la belleza de ver nacer y crecer los cultivos y las familias campesinas…
En el Llamamiento por la vida, la paz y defensa del territorio Sumapaceño se pide acercarse al Sumapaz con respeto, sed de aprendizaje y espíritu constructivo para cuidar el páramo más grande y maravilloso del mundo, su gente y cultura campesina, sus procesos de organización agraria, comunal, juvenil, y de mujeres tejedoras emprendedoras que dinamizan el conjunto del movimiento socioambiental.
Lo anterior se plasma, también, en su Plan de Desarrollo Sostenible que contempla aspectos clave de su campesinidad como el acceso a la tierra y su permanencia territorial; consolidar su economía campesina y su soberanía alimentaria; valorar su patrimonio rural, y afianzar el arraigo cultural y su autonomía.
El Llamamiento exige la financiación de este Plan de Desarrollo Sostenible o Plan de Vida que contribuirá, también, a mitigar los efectos del cambio climático. Los campesinos exigen desmilitarizar el páramo, pues en la zona hacen presencia unos doce mil militares, asediando a los escasos 2.500 pobladores locales, según testimonios de manifestantes, quienes rechazan los megaproyectos mineros e hidroeléctricas en su territorio y exigen objetividad informativa, pues los medios comunicación masivos y alternos están para brindar la información veraz y contribuir a la resolución de los conflictos y no para incendiar como ocurre con los canales televisivos de mayor audiencia y diarios comerciales del país que han vivido de la noticia y de las pautas publicitarias para favorecer a sus patrocinadores.
Principales organizaciones del Sumapaz y convocantes a la Movilización. Sindicato de Trabajadores Agrícolas de Sumapaz, Sintrapaz; Asociación de Juntas de Acción Comunal de Sumapaz; Comité Permanente por la Defensa de los Derechos Humanos (CPDH); Corporación Sumapaz para la Defensa de la Calidad de Vida -Corposumavida-; Uquisuanapa; Asociación Agropecuaria Autosostenible de Sumapaz; FENSUAGRO; Oficina del Alto Comisionado para la Paz; partidos Comunista, Unión Patriótica, MAIS La Calera y Colombia Humana, así como diversas organizaciones y delegaciones de los municipios de la región Sumapaz, entre otros.